Page 86 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Montañas en busca de una ejecutoria. En medio de esta decadencia aparente del carácter nacional, se descubren de cuando en cuando ciertas señales de antiguo espíritu; ni puede ser de otro modo: querer que una nación se quede con solas sus propias virtudes y se despoje de sus defectos propios para adquirir en su lugar las virtudes de las extrañas, es fingir otra república como la de Platón.41Hábitos domésticos y socialesEl ritmo y el horario de la vida diaria se modificaron en el siglo XVIII para poder atender convenientemente a los nuevos ritos sociales que, procedentes en general de Francia, al igual que los objetos que los hacían posibles, ocuparon los ocios de los españoles.El poderoso de este siglo (hablo del acaudalado, cuyo dinero físico es el objeto del lujo) ¿en qué gasta sus rentas? Despiértanle dos ayudas de cámara primorosamente peinados y vestidos; toma café de Moca exquisito en taza traída de la China por Londres; pónese una camisa finísima de Holanda, luego una bata de mucho gusto tejida en León de Francia; lee un libro encuadernado en París; viste a la dirección de un sastre y peluquero francés; sale con un coche que se ha pintado donde el libro se encuadernó; va a comer en vajilla labrada en París o Londres las viandas calientes, y en platos de Sajonia o China las frutas y dulces; paga a un maestro de música y otro de baile, ambos extranjeros; asiste a una ópera italiana, bien o mal representada, o a una tragedia francesa, bien o mal traducida.42El arreglo de la mañana se convirtió en la primera ceremonia a atender, y se abrió a la presencia de los íntimos, como en París. José Somoza describe así los recuerdos al respecto de su infancia:Apenas un caballero se levantaba del lecho, ya se le estaba esperando para hacerle la barba (porque ningún español se afeitaba a sí mismo); esta operación era antes más dilatada que en el día... Enseguida de este afán empezaba su oficio el peluquero, que no empleaba poco tiempo en batir, ensebar, freír y empolvar la cabeza. Acto continuo empezaba el prolijo trabajo de vestirse, que no le finalizaban los más diligentes en menos de tres cuartos de hora;[...] terminad por fin esta faena, nuestro hombre ceñía su espada, tomaba bajo el brazo su sombrero, y se encomendaba a Dios para arrostrar la intemperie a cuerpo gentil y la cabeza descubierta.43Fue este cuidado por la propia persona lo que más profundo rechazo provocó en la época, a pesar de que se generalizara enseguida: “Lo que es sumamente reprensible, es que se haya introducido en los hombres el cuidado del afeite, propio hasta ahora privativamente de las mujeres. Oigo decir que los cortesanos tienen tocador, y pierden tanto tiempo en él como las damas”44. Las cosas del barbero y del peluquero venían de Francia: estuches de París, jabón de Montpellier45, polvos “sampareille”46 para la peluca, guarniciones de tocador de los plateros Odiot...41 Cartas marruecas, cit., carta XXI, pág. 60.42 Ibíd., carta XLI, pág. 106.43 José Somoza, “Usos, trajes y modales del siglo XVIII”, cit., pág. 456.44 Benito Jerónimo de Feijoo, “Paralelo de las lenguas castellana y francesa”, Obras escogidas del padre fray Benito Jerónimo de Feijoo y Montenegro, cit., pág. 70.45 “El hospital de la moda ”, Sainetes de Don Ramón de la Cruz en su mayoría inéditos, cit. verso 190 y sigs.46 Así lo escribe Cadalso en su carta IV.10


































































































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