Page 81 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Existe, sin embargo, otra cara en la moneda de la urbanidad: la del ridículo y la afectación que, de manera tópica, se atribuyen a la influencia francesa:Hablar a todos con la faz serena, besar los pies de mi sa doña Luisa,y asistir como cosa muy precisaal pésame, al placer y enhorabuena; estar enamorado de sí mismo, mascullar una arieta en italiano, 21 y bailar en francés tuerto o derecho.Así se burla del comportamiento de un petimetre Diego de Torres Villarroel, poniendo de relieve su afable y egoísta distancia de trato a pesar de la obsequiosidad de la que hace gala. Feijóo hace lo propio más serenamente: “es cosa graciosa ver a algunos de estos nacionistas (que tomo por lo mismo que antinacionales) hacer violencia a todos sus miembros, para imitar a los extranjeros en gestos, movimientos y acciones, poniendo especial estudio en andar como ellos andan, sentarse como se sientan, reírse como se ríen, hacer la cortesía como ellos la hacen, y así de todo lo demás”22. En el esprit y la politesse, en la urbanidad y la cortesanía, se vio a menudo únicamente lo que tenían de hipocresía y fingimiento, ya que, como afirmaba La Bruyère, “hacen parecer al hombre por fuera como debería de ser por dentro”23.Pero lo cierto es que los gestos se transformaron. La expresión de los afectos, en tanto que manifestación espiritual de la naturaleza humana, dejó de ser de mal tono, tanto entre los familiares como entre los amigos, merced a la extensión en España de la corriente favorable a la familiaridad en el trato por la que ya abogara Locke en Algunos pensamientos sobre la educación (1693). La libre elección del cónyuge, también defendida por los ingleses, y en particular por Samuel Johnson, para el que el matrimonio era el “strictest tie of perpetual friendship”24, inspiró textos como El sí de las niñas, La mojigata o El barón. La literatura abunda en la expresión de los sentimientos de ternura entre padres e hijos, algunos de los cuales tienen directa relación con la poesía francesa, como el idilio de Montesquieu, traducido por Jovellanos, que describe los mimos que Venus hace a Cupido, al que una dama ha cortado las alas. El género epistolar también se impregna de emotividad, que es especialmente conmovedora en las cartas dirigidas por Meléndez Valdés a Jovellanos y en los epitafios y llantos dedicados a la muerte de los amigos. Se va perdiendo el temor a la proximidad física, y los besos y los abrazos comienzan a prodigarse fuera de la familia, con la censura de muchos. Ramón de la Cruz, en De tres, ninguna, nos presenta a un don Fabricio que le espeta a su cuñado don Anselmo:Dejad, señor,que os dé un abrazo y un besousar para dormir la siesta [...] Yo vi al célebre Jovellanos boca abajo, sin tocar la almohada sino con la frente, para no descomponer los bucles”. José Somoza, “Usos, trajes y modales del siglo XVIII”, Poetas líricos del siglo XVIII, vol. III, Madrid, Rivadeneyra,1875 (Biblioteca de Autores Españoles), pág. 457. 21 Diego de Torres y Villarroel, “Ciencia de los cortesanos de este siglo”, Poetas líricos del siglo XVIII, vol.I, Madrid, Rivadeneyra, 1869, pág. 54.22 Benito Jerónimo de Feijoo, “Paralelo de las lenguas castellana y francesa”, Obras escogidas del padre fray Benito Jerónimo de Feijoo y Montenegro, cit., pág. 45.23 Jean de la Bruyère, Los caracteres, México, Porrúa, 3.a ed., 2003, pag. 27.24 Julia Robertson Acker, No woman is the worse for sense and knowledge: Samuel Johnson and Women, University of Maryland, 2007, pág. 41.5