Page 79 - Actas Afrancesados y anglófilos
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todo lo exterior, en quienes nada haya de indecente, ofensivo o molesto, antes todo sea grato, decente y oportuno.10La inserción en la vida cotidiana de las normas de comportamiento que se fueron derivando de estos preceptos condujeron a su trivialización. En 1802, Jovellanos, en su Memoria sobre educación pública o sea tratado teórico-práctico de enseñanza con aplicación a las escuelas y colegios de niños, presenta una interpretación algo diferente de la urbanidad, ya convertida en mera formalidad: “la urbanidad es un bello barniz de la instrucción y su mejor ornamento; pero sin la instrucción es nada, es sólo apariencia, La urbanidad dora la estatua, la educación la forma”11. Un punto de vista estrechamente vinculado a una concepción de la pedagogía que compartieron la Ilustración y el liberalismo posterior.Las formas de la sociabilidad¿Qué ha sucedido entretanto para que la civilidad adquiriera su poco de gramática parda?. A partir de mediados de siglo se publicaron varias traducciones francesas de manuales de urbanidad12 que indicaban cómo comportarse. El primero fue el Arte de conocer a los hombres y máximas para la sociedad civil del abad de Bellegarde (1648-1734), moralista de moderado conservadurismo que se ocupó especialmente de las reglas de conducta necesarias para “sacar algún fruto de la Sociedad Civil, y hallar gusto y placer en ella”13, con un matiz práctico y acomodaticio. Por eso abunda en la necesidad de cuidar de la propia reputación más allá incluso de los dictados de la recta conciencia: “la regla general para agradar siempre en el comercio del Mundo es el no apartarse de su dignidad y guardar toda la decencia de su estado”14; relacionándose con los iguales y reverenciando a los superiores. Trata de establecer una correspondencia entre las virtudes civiles y las cardinales cristianas -algo muy adecuado para la España católica-, entre las que destaca la prudencia, a la que vincula la gravedad, la dulzura, la complacencia y la afabilidad. El autocontrol y la moderación que predica están destinados no sólo a evitar la ofensa o la molestia sino también a granjearse el favor ajeno. Todo se ha de hacer sin ostentación y sin llamar la atención: manifestar la alegría, el dolor y los afectos, hablar, moverse, conversar, comer o jugar.Un espíritu parecido se desprende de las Reglas de la buena crianza civil y christiana, traducido en 1767, que abunda en el agrado y la mansedumbre: “La cortesía es una manera de obrar, y conversar, decente, dulce, y hermosa: es un cierto modo en las acciones, y en las palabras para agradar, y manifestar a los otros la atención que les tenemos: es un conjunto de discreción, de condescendencia, y de circunspección, para dar a cada uno lo que de derecho le pertenece. La cortesía es una modestia, y una10 Ibíd, pág. 389.11 Obras de don Gaspar Melchor de Jovellanos, vol. I, Madrid, Rivadeneyra, 1858 (Biblioteca de Autores Españoles), pág. 232.12 María Aurora Aragón, “Traducciones de obras francesas en la Gaceta de Madrid entre 1790 y 1799, Imágenes de Francia en las letras hispánicas, ed. de Francisco Lafarga, Barcelona, Promociones y Publicaciones Universitarias, 1989, págs. 261-269.14 Ibíd., pág.253.13Abad de Bellegarde, Arte de conocer a los hombres y máximas para la sociedad civil, trad. del francés, Amberes, 1755, pág. 245.3