Page 78 - Actas Afrancesados y anglófilos
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demás garantes de ella”4. De ello se derivaron reglas de comportamiento ciudadano basadas en el respeto al otro y en la renuncia a la imposición por la fuerza de la propia persona, encaminadas a no invadir el espacio ajeno con la voz o con el gesto.Urbanidad y civilidad son los elocuentes términos con que se definen, en el siglo XVIII, la buena crianza y la cortesía (o cortesanía), y suelen estar asociados a nociones de moderación como agrado, discreción o circunspección. Contrastan fuertemente con algunos de los que se empleaban el siglo anterior, que denotan unas relaciones entre los individuos en las que la dosis de respeto administrada por los superiores a los inferiores es cicatera, y muy generosa cuando fluye en sentido contrario: ofrecimiento ,gravedad, humillación, servicio... Ya en el Diccionario de Autoridades se atisba un cambio de actitud que tomará carta de naturaleza con la Ilustración. Aparecen voces de nuevo cuño o cuyo significado está experimentando cambios significativos. Cortesía tiene una triple acepción: “acción u demonstración atenta, con que se manifiesta el agrado, afecto y obsequio que se le debe al igual o superior”, “vale también cortesía, agrado, afabilidad y modo de proceder urbano y atento”, y “vale asimismo buen tratamiento, blandura, apacibilidad y agasajo en el modo de tratar al otro”5; llama la atención que el objeto del buen trato se halle en pleno proceso de desplazamiento del superior hacia el otro. Urbanidad, en tanto que atributo del hombre tomado como ciudadano y no como súbdito, es “cortesanía, comedimiento, atención y buen modo”6. Y ya se define la civilidad como “sociabilidad, urbanidad, policia”, en un intento de los académicos por ennoblecer el lenguaje, aproximándolo a la concepción del hombre que empieza a apuntar, merced a una operación de pulimento etimológico, ya que el término también “vale miseria, mezquindad, ruralidad”. En este mismo sentido trabaja la voz civil que “en su recto sentido vale sociable, urbano, cortés, político y de prendas propias de un ciudadano”; “pero (aclara el diccionario) en ese sentido no tiene uso: y solamente se dice del que es desestimable, mezquino, ruin y de baxa condición y proceder”7. En suma, la atención al rango se desdibuja como elemento regulador de las relaciones humanas a favor de la atención al individuo, al hombre, al ciudadano.Benito Jerónimo de Feijoo dedicó el artículo Verdadera y falsa urbanidad a reflexionar, por estos mismos años, sobre el asunto. Asimila, significativamente, la cortesanía a la politesse francesa, en tanto que “trato que hace a un individuo grato a los demás”, y define urbanidad como “una virtud o hábito virtuoso, que dirige al hombre en palabras y acciones, en orden a hacer suave y grato su comercio o trato con los demás hombres”8. Y continúa:La urbanidad sólida y brillante tiene mucho más de natural, que de adquirida. Un espíritu bien complexionado, desembarazado con discreción, apacible sin bajeza, inclinado por genio y por dictamen a complacer en cuanto no se oponga a la razón, acompañado de un entendimiento claro o prudencia nativa, que le dicte cómo se ha de hablar u obrar.. parecerá generalmente bien en el trato común”9. Es esta virtud civil la que implica la adopción de modos cortesanos, que son las “ maneras de proceder en4 “Cartas de Francisco de Cabarrús”, Epistolario español. Colección de cartas de españoles ilustres antiguos y modernos, vol. II, Madrid, Rivadeneyra, 1870. pág. 5695 Ibíd, pág. 6306 Ibíd, pág. 3977 Ibíd, pág. 364.8 Obras escogidas del padre fray Benito Jerónimo de Feijoo y Montenegro, Madrid, Rivadeneyra, 1863 (Biblioteca de Autores Epañoles), pág. 388.9 Ibíd, pág. 391.2


































































































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