Page 72 - Actas Afrancesados y anglófilos
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La nueva apariencia y las formas visuales que conllevaba van a atraer sin más y, por tanto, comenzaron a ser reclamados de manera sistemática desde todos los ámbitos sociales, incluida la cada vez más rica Iglesia de Cartagena, convirtiéndose en un efectivo vehículo para reflejar e identificarse con los nuevos tiempos. Las expectativas en este sentido fueron muchas y muy variadas por lo que concierne a la sociedad murciana donde los criterios se orientaron hacia la consecución de hábitos, comportamientos e ideales que manifestaran el gusto de moda y los criterios de la distinción entonces en boga, en definitiva, se optó por una intensa actividad artística, a gran escala, que consolidará el optimismo generalizado que disfrutaba el reino.El proceso de cambio es, por extraño que parezca, más rápido y efectivo que en otros territorios peninsulares al cristalizar entre una gran capa de la sociedad murciana la materialización del pensamiento del cuerpo como vehículo de expresión del nuevo discurso ideológico que debía sustentar a esa incipiente sociedad. Expresión de las mudanzas que se experimentaban en Murcia y en otros lugares de la monarquía hispánica, ya en el primer cuarto del siglo XVIII, son las duras críticas, que a través de pastorales y edictos, emanan de la férrea pluma del que fuera cardenal y Defensor de las Españas, don Luis Belluga y Moncada, mitrado de la diócesis de Cartagena desde 1705 hasta su renuncia a la misma en 1723. Este prelado, que como señalara el duque de Saint-Simón “fue el que más hizo de todos” en la defensa del trono de Felipe V, fue uno de los primeros eclesiásticos, como buen defensor de la doctrina contrarreformista, en ser consciente de los peligros que entrañaban la popularización de la reformas que llegaban desde el espejo de la Corte y del de otras grandes ciudades europeas4. El rigor del obispo Belluga, tan reformador en cuestiones sociales pero nada afecto, como era de esperar, a placeres y caprichos mundanos, no podía sino reaccionar, y en 1711 se publica su contundente escrito Carta Pastoral, que el Obispo de Cartagena esrcrive a los Fieles de su Diócesis á cada uno en lo que toca, para que todos concurran á que se destierre la profanidad de los trages, y varios e intolerables abusos, que ahora nuevamente se han introducido, en el que condena los ornamentados vestidos de inspiración francesa y los temidos escotes, al ser considerados, tanto unos como otros, motivo de perdición de los hombres y ofensa a Dios. Igualmente, castigaba los pies desnudos, la utilización de ropa masculina, la cabeza descubierta en el templo, las excesivas colas de los vestidos –“colas que arrastran aires de vanidad”- la incorporación al atuendo de abanicos, ramilletes de flores o lazos, motores de señas amorosas, los hábitos aderezados con cordones o correas de seda, plata o cintas de colores y, en definitiva, todo aquello que, según su criterio, atentara contra la dignidad y el honor de la mujer honrada. Enemigo fue de zapateros y peluqueros así como de quincalleros y sastres, tan del afecto del gusto femenino, advirtiendo de que[...] se guarde lo que tambien varias vezes tenemos mandado...el que los Zapateros no calcen à las mujeres, de qualquier estado, ò condicion que sean, y baxo el mismo precepto ninguna mujer permita sea calcada de ellos. Y de la misma forma, el que ningun Barbero las afeyte, ni este lo pueda hazer. Añadiendo ahora, bajo el mismo precepto, que ningun Sastre les prueve las ropa, principalmente justillos, casacas, ni a ninguna mujer le sea licito permitirlo, sino que quando más en presencia del Sastre que lo haga otra muxer, ò ella misma.El envite de la proliferación de nuevas prendas o, mucho más grave, el cultivo del adorno del cuerpo, bajo formas diferentes a las hasta entonces en boga, fue4 Manuel Pérez Sánchez, “El culto regenerado”, Luis Belluga yMoncada: la dignidad de la púrpura, Murcia, Fundación CajaMurcia, 2006, págs. 49-67.2


































































































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