Page 70 - Actas Afrancesados y anglófilos
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La nueva intención de la ropa femenina es dejar expresarse la individualidad de las mujeres, decir que no al martirizante constructo que es la avispa encorsetada, y alcanzar un ideal nuevo: la naturalidad. La mujer no es sólo objeto erótico, no lo es expresamente, declarativamente. No está quieta: es activa, puede moverse. De hecho, las piernas tienen el protagonismo, incluso erótico, que antes tenían los senos, pero las piernas nos permiten movernos. A donde queremos. La mujer va siendo un sujeto. Diferenciado, y sujeto. El siglo XX ha jugado a favor, incluyendo la sucesión de guerras, que han movilizado a muchas mujeres en el mercado laboral. Pero incluyendo también unas vanguardias culturales y artísticas progresistas, una revolución, la de octubre en Rusia, la inquietud de una época que tantea, y unos avances científicos y sociales sin precedentes, hasta en el textil.Obviamente, todas las modas se corresponden con la realidad sociopolítica de su momento, pero ninguna es, cómo decirlo, obligatoria. No están determinadas por la realidad social, como tampoco lo están los programas políticos, que sin embargo deberán responder a las condiciones y problemas que la realidad propone y propina. Y, como sabemos, no se trata de soluciones lineales, de progreso continuado, de ascenso de las libertades hacia la libertad. Hay idas y vueltas, en política como en moda, y si no vean la estela de Dior, continuación directa de la encorsetada dama del XVIII. Pero el proceso auténtico, ese que abre la ciudadanía laica y que está cerrado a estas alturas del XXI, para construir, con todos los balbuceos que se quiera, con todo el eclecticismo posmoderno y todo el descaro de la época postmoral, el sistema indumentario occidental.Porque, volvamos al aeropuerto del principio. Todos estos personajes que vimos esperando el avión, visten como en el XVIII. Su sistema, sus pertenencias, su identidad, se refiere a lo mismo a lo que la ropa de todo el mundo se refería hasta entonces. Es occidente el que, justo en el XVIII, comenzó una batalla en la que el cuerpo iba a llevar las de ganar. Así fuera doscientos años más tarde, y perdiendo en las distintas escaramuzas lo que tuviera que perder. Un siglo que, como dice Diana Vreeland, «estalló como una rosa y se expandió voluptuosamente, exhalando su vitalidad de manera hermosa y fuerte a lo largo del mundo occidental. Fue un siglo de calidad, precisión y sabiduría. La ligereza, la oportunidad y la exaltación coexistían por todas partes. La arquitectura, las porcelanas, los jardines, fueron sublimes; cada taza y cada flor, algo especial. Los colores claros y limpios: verdes exquisitos, porcelanas y rosas y el magnífico azul por el que Francia ha sido siempre famosa [...]»Porque un nuevo confort, y sobre todo, una nueva necesidad de confort, se instalaron para siempre en Occidente. Todo eso, mesuradamente alegre, suavemente racional, pervivirá hasta nuestros días, con sus pros y con sus contras, pero sobre todo, con su belleza de conmovedora nostalgia.5


































































































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