Page 62 - Actas Afrancesados y anglófilos
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mismo año realiza el retrato de la duquesa, María Josefa Pimentel, que siendo mujer de reconocida fama de moderna y elegante, como comentábamos al describir el retrato de su familia realizado por el pintor en 1788, también aquí aparece a la última moda, y con un traje curioso, la “robe a l’anglaise”. A pesar de su nombre, es una moda que procedía de Francia, y que en España se denominaba vaquero, traje recurrente en las dotes de las clases altas desde 1780. El retrato de dama pintado por Agustín Esteve conservado en el Museo Nacional de Artes Decorativas que sirve de imagen de estas jornadas de “Afrancesados anglófilos”, luce un cuerpo muy ajustado con ballenas, y peluca muy similar a la de la duquesa, aunque la de Osuna se cubre con un gran sombrero con lazos y plumas de avestruz, que fueron muy poco frecuentes en España. Moda inglesa que indudablemente tuvo varios cauces de entrada. En este caso es un fiel reflejo de la anglomanía francesa que se traspasa a España al copiar los modelos, que creíamos franceses.También aparecen en este momento los “trajes arremangados”, inspirados en los que usaban las trabajadoras inglesas, y que en el caso de las damas los llevaban para ir al campo. El vestido a la polonesa es una variante lujosa de este mismo modelo. La falda se podía levantar frunciéndose en forma de bullones a través de unos cordones insertos en ella, consiguiendo de esta manera el mismo efecto que años más tarde lograría el polisón. Ataviada de esta manera, pinta Goya a la marquesa de Pontejos, y así podríamos seguir enumerando cuadros de este pintor que, como el más espectacular de los figurines, nos serviría para seguir fielmente el proceso de la moda. Y es gracias al estudio de la indumentaria de las retratadas, como han podido datarse de manera precisa, algunas de estas pinturas.Puede decirse que la silueta de la mujer del siglo XVIII no cambió sustancialmente hasta la Revolución Francesa. Sólo lo hicieron las mangas, los sombreros, los tocados... poco más. Aunque también es verdad que el guardainfante pierde vigencia y queda relegado para grandes ceremonias y acontecimientos, pero todos estos pequeños cambios no pasan de ser variantes en torno a un cuerpo constreñido.A consecuencia de la anglomanía sin límites que aquejaba a la alta sociedad francesa, a mediados de la década de los ochenta, se irá produciendo un cambio casi insensible en la manera de vestir y en la mayor especialización de las prendas. El gran sentido práctico de los ingleses así como el gusto por la vida campestre, su menor apego a los tejidos suntuosos y sobre todo la masiva llegada de las preciosas indianas que venían de las colonias, habían obrado el milagro de simplificar y aligerar un poco la dura tiranía que imponía la moda.La primera seguidora de estos cambios resultó ser la reina de Francia. Ella, tan amante de los lujos y los excesos, abrazó la sencillez y la grácil vaporosidad de la muselina de algodón, como solo una nueva conversa puede hacerlo. María Antonieta, acompañada de sus íntimas, madame Elisabeth, su cuñada, de la condesa de Ségur, y de la avispada duquesa de Polignac, juegan a sentirse pastorcitas, libres en definitiva. Visten sutiles camisas blancas muy fruncidas, ceñidas por corpiños o por bandas coloristas que sitúan el talle ligeramente alto, sin artilugios interiores y sin pelucas. Con pequeños sombreros de paja adornados por flores y frutos naturales, y algo muy curioso, como única joya lucen pendientes a “la criolla”. Una tipología que las señoras de rango en España, poseían pero no usaban. Sólo la reina María Luisa aparece con ellos en el retrato que le hace Goya con traje de corte en 1800, una prueba mas de su gusto por lo popular.Las damas francesas de las que antes hablábamos se hicieron pintar, de esa manera, por la más prestigiosa de las académicas del momento, Elizabeth Vigée Le5