Page 63 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Brun, y algunos de estos retratos fueron presentados en el Salón que organizaba anualmente la Academia de Francia, hecho que produjo gran escándalo, por lo que los cuadros tuvieron que ser retirados. Las damas estaban recatadísimas, pero la frescura de sus imágenes resultaba altamente transgresora. Y aunque este modo de vestir se redujo al ámbito del Petit Trianon, hay que reconocer la importancia que tuvo, por significar el primer cambio de silueta del siglo XVIII. Pocos años después, en la etapa del Directorio esta misma indumentaria haría furor, pero algunas de sus creadoras habían pasado antes por la guillotina.Las desastrosas consecuencias que la Revolución Francesa tuvo en España no parecieron afectar la actividad creadora de Goya, que fue nombrado pintor de cámara a la muerte de Carlos III, y realizó ese mismo año algunos de sus mejores cartones, como la Gallina ciega, que nos muestra con claridad las numerosas variantes indumentarias que un grupo de aristócratas podía usar simultáneamente en sus juegos o fiestas.Es como contemplar las páginas de un figurín. De frente nos mira la señora que viste a la inglesa, se toca con un sombrero, igual a los que lucían las damas del “clan del Petit Trianon”. Otras dos, lucen escofias y delicados trajes a la francesa. De espaldas, con el mayor donaire acapara toda nuestra atención, la que viste de maja con gran redecilla de lazos. Los señores, menos uno que lleva peluca, también juegan a sentirse majos.Después de la grave enfermedad, que aqueja al pintor en 1795, emprende Goya la tarea de pintar a los duques de Alba. El retrato de don José Álvarez de Toledo en su gabinete es de enorme originalidad y está lleno de simbolismo. Retrato eclipsado, quizás, por la enorme fama del de la duquesa vestida de blanco. No estaban pensados para ser colocados juntos, como era lo habitual. El de María Teresa Silva pudo estar destinado para la decoracion del palacete de la Moncloa, que la duquesa había heredado de su madre y ella misma se ocupaba, por entonces, de su exquisita decoracion neoclásica, aunque el hecho de haberse quemado en dos ocasiones la biblioteca de los duques, nos priva de todo tipo de documentación que pudiera confirmarlo. Y este sea, posiblemente, uno se los motivos que envuelva en leyenda casi todo lo referente a estos ilustres retratados y mecenas de Goya.Como creo que está casi todo dicho sobre este cuadro, me detendré solo en algunos detalles que considero relevantes. La duquesa viste camisa a “la reina” -ahora se llama así en recuerdo de María Antonieta-, es de exquisita muselina de algodón con pequeños topitos también blancos, (en esta etapa pierden importancia los tejidos de seda tradicionales, como consecuencia de los nuevos gustos), y sus adornos y joyas resultan espectaculares, no tanto por su valía material, como por el color y la disposición de estos. Se ha especulado sobre el valor simbólico de todos ellos, y aunque lamento no poder detenerme en estas consideraciones, si quiero puntualizar que la duquesa era plenamente consciente de lo que quería representar, no solo social sino políticamente. Su anchísima banda roja, mucho más amplia que sus referentes versallescos y muchísimo más que las que imponía la elegante moda Directorio, creo que seria un gesto deliberado, lo mismo que prescindir de peluca, porque su fiel peluquero Pedro Hubert supo trabar con primor su esplendida cabellera negra. Goya puso todo lo demás, su sabiduría y su astucia para conseguir hacer de su típica imprimación, rosa tierra, la más delicada de las enaguas que la moda del traje-camisa y la sutileza de la tela exigían. Y si dominante es la actitud de la de Alba, el pintor la supera al dedicar el retrato a su mecenas, en un gesto que encierra la decisión de manifestar su condición de artista. Una vez más Goya se adelanta a su tiempo.6


































































































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