Page 60 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Pero lo que realmente llama la atención y nos interesa destacar aquí, es la gran diversidad de indumentos que se lucen en el mismo lugar y para la misma ocasión. Lugareños que llegan a la ciudad ataviados a la manera de su país, ya arcaica, o con las prendas adecuadas para su oficio. Los pretenciosos “usías” y petimetras pavoneándose, recubiertos de cualquier novedad que proceda del París de la Francia. Otros, la mayoría, son tipos elegantes, aparentemente austeros, pero ¡ay!, qué decir de los maravillosos encajes que orlan las mantillas o del trenzado de cintas que adornan la tirana de las basquiñas, de las capas blancas o rojas de exquisito paño, las hebillas de plata, o las exuberantes gorgueras... A estos hombres y mujeres así compuestos, los considera Carmen Bernis vestidos a la usanza o con el traje nacional. Y nos parece muy acertada esta denominación, pues la basquiña, la capa y en menor medida la mantilla, aparecen en numerosos inventarios y hasta en dotes de personas relativamente modestas desde mediados del XVII hasta pasada la Guerra de la Independencia (il. 1).Pero aún podemos descubrir entre la muchedumbre algunos tipos sueltos. A estas alturas del siglo aún son pocos, muy vistosos y en actitudes desenfadadas, son los llamados majos, pero en cuanto a la indumentaria, ¿qué los distingue? Amplios adornos en los hombros, redecillas en la cabeza, basquiñas algo mas cortas... Nada sustancial, siluetas todas muy semejantes. ¿Personajes a la francesa? Sí también, pero a éstos los encontramos en los palcos, en los balcones de sus palacios, o tras los cristales de sus carrozas de tiros largos.Así eran los tipos humanos que podían encontrarse en ciudades como Madrid, Cádiz, Sevilla..., y así los descubrió Carlos III cuando hizo su entrada oficial en la corte en 1759. Su impresión no fue agradable, ni del aspecto descuidado y sucio de la ciudad, ni de la imagen que ofrecían algunos de sus súbditos, concretamente los majos.Los cambios con el nuevo rey se van a precipitar. Las medidas urbanísticas mejorarán sensiblemente la capital, pero los ministros extranjeros y el propio rey serán muy poco comprensivos con las costumbres del pueblo, y pronto se tradujo en una serie de prohibiciones que afectaron sobre todo a las clases populares.La más conocida de todas será, la que supuestamente originó el Motín de Aranjuez en 1766. El descontento del pueblo, aunque estuvo motivado por la carestía de alimentos y la subida de su precio, acabó convirtiéndose en una reivindicación y defensa de sus ropajes tradicionales, y se manifestó con actitudes completamente hostiles y contra progresistas.La clase media que empezaba a crearse, convivía mucho más cómodamente con el orden establecido, y ésta fue la base de muchos de los falsos afrancesados.En 1767 se da aviso para poder pasear por el parque del Buen Retiro, un espacio más donde convivir todo este abanico de clases urbanas, porque no podemos olvidar que los majos son un fenómeno marginal urbano. Y también donde poder medir el impacto real que había alcanzado la moda francesa. Que si hemos de fiarnos de las imágenes, esta influencia gala todavía no había conseguido penetrar tanto en la apariencia externa, como posiblemente lo había hecho en el idioma, o más bien en el habla de la calle, como se puede apreciar en las denominaciones que recibieron a partir de entonces las prendas de indumentaria. Los gorros se llamarán escofietas; los guardainfantes, panier; los jubones y chaquetas van a tener un largo desarrollo: caracos, marsellesas, pierrots, spenser...; excusalí será el liviano delantal; cabriolé o pelisé también vienen de Francia; citoyen, redingote, paletinas, frac, levitas...; fichú se llamará a todos los deliciosos pañuelos de escote y hombros.Y referido a la denominación de las personas, algunos de los términos más usuales eran petimetre-petimetra; currutaco-pirraca, pisaverde-madamita, o usías. Y ya en el siglo XIX, lechuguino y dandy. Algunas son inventos castizos que tratan de3