Page 59 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Carnicero, y de los dibujos y grabados de los hermanos Cano y Olmedilla, así como los de Rodríguez y Albuerne, estos ya de los inicios del siglo XIX, que a sus valores artísticos, hay que añadir la utilidad documental de sus obras, por tratarse de recopilaciones sistemáticas sobre costumbres e indumentaria, hijas indudables del espíritu ilustrado de este siglo.¿Afrancesados?En la primera mitad del siglo, estamos aún lejos de parecer un país afrancesado. Sí existe una corte afrancesada, que acoge y demanda artistas y consejeros extranjeros, con unos cortesanos que, lógicamente, se adaptan a los nuevos modos, y unos súbditos que reaccionan ante los cambios de formas muy diferentes.Partíamos de una decadencia económica y militar extrema y de la extinción de una dinastía, aunque la influencia francesa, aquí como en otras partes de Europa, era ya perceptible a finales del siglo XVII.El nuevo rey Borbón, Felipe V, llega a la corte de Madrid, aún antes de la Guerra de Sucesión, y con su abuelo Luis XIV formará una verdadera comunión de intereses.Durante su reinado se adapta el modelo de Estado francés y se intenta hacer lo mismo con la administración. Se inicia la creación de las Academias, y las grandes familias nobiliarias son apartadas, como era tradición hasta este momento, de los puestos decisivos del Estado, ministerios, embajadas..., que habían desempeñado durante siglos.La moda de la corte, sigue fielmente a la francesa, que casi podríamos denominar “internacional”, al menos referida al ámbito europeo. De manera resumida, la moda femenina se caracterizaba por cuerpos constreñidos por petos rígidos, con generosos escotes, mangas unas veces abultadas y las más, lisas y pegadas hasta la muñeca o el codo. Cinturas sucintas que se prolongan en picos delanteros y amplios guardapiés o jupon ahuecados por voluminosos guardainfantes o panier, confeccionados con tejidos ricos y pesados, recamados de encajes y armiños, como podemos reconocer en los retratos de Isabel de Farnesio o de su sucesora en el trono, Bárbara de Bragaza. Siluetas que evolucionaran muy poco en su aspecto formal, pues las variaciones más significativas afectaran tan solo a los elementos decorativos.Fuera del ámbito palaciego, nos quedan pocos testimonios gráficos de la indumentaria que se luciría en la calle, en los paseos, en el teatro o en las funciones religiosas, aunque sí puede apreciarse en algunas muestras que las damas empiezan a despojarse del manto, sustituyéndolo por casaquines o caracos, lucen ligeras cofias en la cabeza, abundan las mantillas y claramente persiste la basquiña, el guardainfante o el tontillo. Como vemos, una de cal y otra de arena.Durante las décadas centrales del siglo es cuando comienzan a percibirse de manera más sensible los cambios de modas y modos en la calle. Los raros períodos de paz, y la mejora en el sector agrícola permiten el aumento de la población y la aparición de nuevas clases emergentes, deseosas de incorporarse al escenario publico. Cualquier motivo es bueno para disfrutar de la calle, de las fiestas de toros, de las compañías ambulantes y de los teatros estables de reciente creación. Es el gusto por la vida, reflejo vital del rococó. Y se percibe muy bien este ajetreo callejero en los pequeños cuadros de Quirós o de Paret, donde una multitud de figuritas se afanan por sentirse protagonistas de la fiesta o del espacio publico.2


































































































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