Page 46 - Actas Afrancesados y anglófilos
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imperfección de las mujeres, así como que nunca se les ha confiado ni se les confiará el gobierno de las cosas del mundo. Isabel Morant ha explicado la semejanza de las posiciones de Cabarrús con las vertidas por Rousseau en el Emilio, cuando en su libro V crea la identidad de Sofía, al tiempo que señala la influencia en el político ilustrado de escritos misóginos de siglos anteriores, como los de Luis Vives o Fray Luis de León33. Pero esas mismas representaciones de la mujer en espacios políticos se hallan también en Jeremías Bentham (Táctica de las asambleas legislativas), quien se mostraría contrario a la presencia de las mujeres en los debates parlamentarios (siquiera como espectadoras) por considerar que “todas las pasiones están contiguas y se inflaman recíprocamente”. Como el ilustrado español, este utilitarista inglés también negaría cualquier animadversión propia hacia las mujeres y ambos afirmaron basar sus respectivas opiniones en la experiencia y no en ideas abstractas. A la autoridad de Bentham recurriría la mayoría de la Cámara española de 1821 para rechazar, por 85 votos contra 57, la proposición de que pudieran asistir espectadoras a las deliberaciones de los diputados34. La coincidencia de posiciones entre autores de lugares diferentes y en tiempos de cambio, pone de manifiesto que, si bien las ideas no cesan de circular, los tópicos de la misoginia resurgen una y otra vez, especialmente cuando se trata de impedir el acceso de las mujeres a los espacios políticos.La única argumentación verdaderamente diferente que se presentó en el debate sobre la admisión de mujeres en la Sociedad Matritense fue la aportada por Josefa Amar (Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres) y no porque se tratara de una mujer, sino porque era una mujer con una experiencia intelectual, que había sido admitida en la Sociedad Económica de su ciudad natal, Zaragoza, y que se muestra especialmente implicada en la polémica. Como el propio título indica, su impecable razonamiento vuelve sobre la demostración de lo obvio, la igualdad de los sexos y la demostrada «idoneidad para todo» del femenino —porque, muy a su pesar, debe reconocer que «no está aún decidida la cuestión»— para llegar al núcleo de la polémica: el gobierno y otros cargos en los que se ocupan los hombres, es decir, Josefa Amar denuncia que sus correligionarios ilustrados no creen cabalmente en consideraciones como las de Cabarrús —«Los hombres instruidos y civiles no se atreven a oprimir tan a las claras a la otra mitad del género humano, porque no hallan insinuada semejante esclavitud en las leyes de la creación», opina la autora— y que sin embargo niegan la admisión de las mujeres en las asambleas públicas. Esta no es sólo un proceder incoherente, sino injusto, porque está motivado en el interés particular masculino de ejercer el poder en exclusiva: «Pero como mandar es gustoso», prosigue Amar, «han sabido arrogarse cierta superioridad de talento o yo diría de ilustración, que por faltarle a las mujeres parecen éstas las inferiores». En consecuencia, lo que está en «peligro» no es la Sociedad o la alteración del orden de sus discusiones por las pequeñeces frívolas de seres naturalizados y relacionales (como pretendía Cabarrús), sino el acceso a un espacio de sociabilidad formal; un foro político porque en él se desenvuelve el nada desdeñable poder de imaginar el mundo y las relaciones sociales, darles nombre atribuyéndoles dignidad o denigrándolas, y, sobre todo (parafraseando a Kirkpatrik), el de saberse «sujetos de la conciencia y no objeto de ella»35.33 Isabel Morant Deusa, «Hombres y mujeres en el espacio público. De la Ilustración al liberalismo», Orígenes del liberalismo. Universidad, política, economía, pág.116-142.34 Fernando Tomás Pérez González y Asunción Fernández Blasco, «Reivindicaciones políticas de la mujer en los orígenes de la revolución libera española», La revolución liberal, págs. 433-441.35 Susan Kirkpatrik, Las románticas. Escritoras y subjetividad en España (1835-1868), Madrid, Cátedra, 1991, pág. 63.15