Page 44 - Actas Afrancesados y anglófilos
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resulta modélico—, pero también en la correspondencia de la Marquesa de Montevirgen (título menor) que, en los años veinte del XIX y desde una villa del Bierzo leonés, escribe a su marido las tiernas travesuras de los niños, así como continuas protestas de amor conyugal (muy honesto) y requerimientos para que abandone los negocios de la Corte y regrese a la casa familiar, cuya hacienda (también le informa) sigue bien cuidada bajo su propia supervisión30.Parece claro que, para llenar tan alto cometido, la educación femenina moderna no podría permanecer limitada a la transmisión de usos y virtudes tradicionales en el seno de la familia. Pero no existía para ellas una institución paralela a la de los seminarios de nobles; el colegio de señoritas ideado en Sevilla por Pablo de Olavide no tuvo más extensión, por tanto las de la aristocracia y burguesía acomodada, en el mejor de los casos, contarían con un preceptor. De todas formas y con independencia de su posición social, las niñas debían ser educadas en la feminidad, no instruidas como los varones; sus inclinaciones naturales tendrían que ser modeladas mediante una formación acorde con la función social encomendada: por eso no se contempla que aprendan latín (lengua indispensable para acceder al conocimiento de las Leyes o de la Teología), ni tampoco que realicen viajes instructivos (tan recomendados para completar la formación de los jóvenes); cuando ellas salgan, no será para observar, conocer y discutir con su preceptor; por el contrario, convenientemente acompañadas, su viaje estará justificado en la necesidad de acompañar a su vez o de calmar alguna dolencia, nunca descrita con claridad. Se habla constantemente de un educación diferente para las niñas, pero tampoco se concreta mucho más su contenido nuevo.En consecuencia con todo lo anterior, las hijas de la nobleza y de la burguesía acomodada, debían aprender economía doméstica (ahorro y eficiencia en la administración del hogar), música y danza, así como lenguas modernas y los rudimentos intelectuales que les permitirían actuar como anfitrionas de reuniones en su propia residencia o ser recibidas en los salones y espacios informales de sociabilidad mixta. La presencia de estas mujeres en dichos ámbitos (privados pero abiertos a la conversación y al trato con el sexo opuesto) pone de manifiesto su disponibilidad para aprovechar los estrechos márgenes de participación que les brindaba una moda procedente del exterior, así como la diversidad de sus preferencias e inquietudes culturales. Ya hemos referido el mecenazgo que ejercieron aristócratas como la duquesa de Alba —cuyo palacete de Moncloa acogía a finales de siglo una concurrida tertulia— con la actriz Ma Rosario Fernández o la protección recibida por María Ladvenant de la condesa de Benavente, que también regentaba en la misma época una de las reuniones más brillantes de literatos y artistas en su finca El Capricho; igualmente la tertulia de la marquesa de Fuerte Híjar reunía sobre todo a gentes del teatro, en cambio la de Ma Fancisca de Sales Portocarrero, condesa de Montijo, era de signo religioso. Reuniones elegantes, todas ellas, al modo de la «Academia del Buen Gusto» que desde mediados de siglo presidía la condesa viuda de Lemos y marquesa de Sarriá, Ma Josefa Zúñiga y Castro, en su palacio de la calle del Turco. Además éste no fue un fenómeno exclusivamente cortesano: fuera de Madrid también mujeres sin título de nobleza pero de alta instrucción, dieron vida a círculos de intelectuales y artistas en ciudades como Sevilla, Madrid o La Carolina (donde Gracia Olavide brillaba en la tertulia de su hermanastro, el mencionado Pablo Olavide); Inés Joyes recibió en su casa de Vélez- Málaga a visitantes30 Archivo de los Marqueses de Montevirgen y San Carlos, AQMV, Correspondencia, 19, Instituto Leonés de Cultura.13