Page 42 - Actas Afrancesados y anglófilos
P. 42
La construcción ilustrada de un modelo de mujer «moderna»Cuando los hombres de la Ilustración (y de otras épocas) se refieren al universo femenino, lo hacen hablando de la mujer; así definen, caracterizan y nombran sus cualidades naturales diferentes a las del varón, es decir, construyen una identidad femenina que conviene a su tiempo histórico con la pretensión de que es eterna. De ahí derivan y le señalan a la mujer un ámbito de desenvolvimiento en las relaciones humanas —el doméstico—, en virtud de la igualmente artificial distinción entre la esfera pública (reservada exclusivamente a los varones) y la privada (la del sentimiento y los afectos), atribuida a las mujeres. Se trata, por tanto, de una construcción teórica ahistórica, elaborada al margen de la experiencia de las mujeres y de su propia crítica sobre la misma. Un modelo que se refleja en los textos de educación moral, en los que se afirma una aptitud especial de las mujeres para el amor, en detrimento de una “razón”, si no inferior, sí distinta a la de los hombres24. La articulación de este discurso dominante, con el conjunto del proyecto reformista y con las voces femeninas que expresaron la voluntad de redefinir su papel en la nueva sociedad, se produce a partir de dos ideas-fuerza: la noción de utilidad de los individuos dentro de la comunidad/nación y la de complementariedad de los sexos. El resultado daría lugar a propuestas y situaciones a veces paradójicas.La utilidad de las mujeresEsto es lo que ocurre con el proyecto ilustrado de reforma económica. Las mujeres constituyen una pieza del mismo, pero la teoría de su destino doméstico se aviene mal con la propuesta de aumentar la actividad industrial mediante el ejercicio libre de todos los oficios. En defensa de dicho objetivo, Jovellanos elaboró un Informe a la Junta de Comercio y Moneda (1785) en el que se lee una defensa decidida de la aptitud de las mujeres para el trabajo, así como la explicación cultural (que no natural) de su supuesta debilidad: «acostumbrados a mirarlas como nacidas solamente para nuestro placer, las hemos separado de las profesiones activas, las hemos encerrado (...) y al cabo [les hemos atribuido] una idea de debilidad y flaqueza (...) Idea que existe en nuestra imaginación y no en la naturaleza». Diez años antes, Campomanes ya había propuesto una organización de la producción orientada a liberar brazos masculinos para la agricultura, con el empleo de mujeres «en todo lo que es compatible con el decoro de su sexo y con sus fuerzas»; ocupaciones que «son muchas y pueden excusar muchos artistas y aún gremios enteros de hombres», es decir, todos los oficios textiles25. Pero los proyectos ilustrados de «arreglo» de la agricultura también contaban con el trabajo agrícola de las campesinas: la imaginada explotación modélica de una familia de nueve miembros productivos26 no hace precisamente distinción de sexos.Por tanto, la utilidad social de la mayoría femenina (las pobres) residiría en el trabajo productivo, sobre todo cuando se trataba de impulsar una industria nacional, al calor de una creciente demanda interior de blondas, encajes, adornos mujeriles y telas. Dicho impulso se orientaría a «ver de introducir algunas manufacturas de cosas que nos24 Isabel Morant Deusa, «¿Qué es una mujer? o la condición sentimental de la mujer», Mujeres en la historia del pensamiento, Barcelona, Anthropos, págs. 145-165.25 Carmen Sarasúa García, “La industria del encaje en el Campo de Calatrava”, Arenal, Vol. 2, no 2, 1995, págs 151-174.26 Ángel García Sanz, op. cit.11