Page 40 - Actas Afrancesados y anglófilos
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La Tirana desarrolló además un esfuerzo a la inversa. Llegó de Sevilla (1773), donde había aprendido en la escuela de Olavide y había representado tragedias francesas, para ingresar directamente en la compañía de José Clavijo que advirtió en ella una buena preparación en la manera francesa de interpretar. Pero muy pronto empezó a defender papeles de protagonista en comedias del teatro antiguo español y —al decir de los críticos— ahí demostró su enorme capacidad para la “interpretación interior”, para el estudio y buena comprensión de cada obra, así como un poderoso magnetismo sobre el público. Sus representaciones eran sobre todo inteligentes, porque se valía de los modos interpretativos de diferentes escuelas para crear a sus personajes, lo que además de aptitudes personales indica la gran disciplina y dedicación de la actriz a su trabajo. En 1787 obtuvo el reconocimiento unánime a su profesionalidad, pero seguiría disputando primeros papeles hasta cuando la edad ya prácticamente no se lo permitía.Todas las nombradas, junto con celebridades como La Caramba, Rita Luna y tantas otras cómicas que transitaron la escena en una época de cambio y renovación, desarrollaron un trabajo ímprobo, representando en la misma temporada dramas de Calderón y de Racine (por ejemplo) a la vez que sainetes, entremeses y tonadillas; cambiando continuamente de registro y haciendo hasta doce obras distintas en el mismo año. De esta forma mantuvieron la fidelidad de un público amplio que para los años ochenta ya había empezado a cambiar su gusto y a aceptar diferentes formas de teatro23.Lo que me interesa destacar aquí es precisamente la profesionalización de las actrices, su decidida ambición artística, alentada también por la competencia que se desarrollaba entre las «primeras damas» de la escena, sus respectivas compañías y teatros en los que actuaban, así como por los seguidores o “adoradores” de cada una. La peripecia de María Ladvenant resulta ilustrativa de lo dicho. Hija de una familia de actores, escaló muy pronto los diferentes papeles que le llevaron a disputar el de primera dama. De su versatilidad como actriz da cuenta el hecho de que representara todos los géneros antes de morir a los 25 años y que su éxito fuese siempre arrollador. Pero además a los 21 años tuvo la osadía de pretender la autoría o dirección de su compañía y, pese a las reticencias de sus compañeros —otras mujeres habían accedido antes, pero eran de mayor edad y además la habían heredado de sus maridos cuando enviudaron—, acabó consiguiéndolo en la siguiente temporada. Aunque no solía ocurrir con las gentes de la farándula, la escalada económica de María Ladvenant fue paralela a la artística, de suerte que en 1762 se hizo propietaria de una importante ganadería en Algete (con sus tierras y pastos) y, en años posteriores pudo realizar el importante desembolso previo que implicaba acceder a una autoría en Madrid. Las relaciones que mantuvo con varios aristócratas probablemente no fueron ajenas a su rápido ascenso y a que recibiera en su casa de la calle Fúcar a lo más granado de la sociedad masculina madrileña de los años sesenta, integrada (entre otros) por los poetas y críticos próximos al poder. Pero lo más significativo es como utilizó esas relaciones (pasando de una a otra) y todos sus talentos para protegerse y seguir subiendo como actriz, en una sociedad que requería dicha cobertura, puesto que aún gozando de ella no se libró de ser encarcelada en 1765. Las causas de este extremo no están claras: muchos papeles apuntaron a sus “costumbres morales”, señalando que le estaba bien por “escandalosa”; pero su detención siguió a un Memorial que la famosa y osada cómica había enviado directamente a Carlos III, solicitando amparo en el conflicto que la enfrentaba a la Junta de Teatros. Algo parecido le había ocurrido el año anterior a Mariana Alcázar, otra primera dama de la escena.acción. Ver, Joaquín Álvarez Barrientos, “Las actrices de Emilio Cotarelo y Mori”, Actrices españolas...op. cit., págs. 9-43.23 Joaquín Álvarez Barrientos, op. cit., pág. 33.9