Page 45 - Actas Afrancesados y anglófilos
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extranjeros que animaban su tertulia y, en Cádiz, Ma Gertrudis de Hore participó en la tertulia de Antonio de Ulloa31.Ahora bien, la intervención femenina en esos círculos ha de mantenerse en los márgenes de la discreción elegante, utilizando el ingenio, la agudeza y los juegos de palabras para «guiar» el ego de los hombres de letras y hacer posible la conversación educada entre ellos: el «jugar a pensar en común» (decía Diderot) o a «diferir sin animosidad» y «sin riesgo de guerra civil» (en expresión de Thomas Spratt, de la English Royal Society)32. Esta tarea civilizadora encomendada a las salonnières, a veces criticada como una alarmante frivolidad pero casi siempre bien aceptada, no contemplaba su propia participación en el juego de pensar; como es bien sabido algunas lo hicieron, pero ello les supuso ser tildadas de precieuses ridicules o de «bachilleras», estigmatización muy próxima a la de las frívolas «petimetras», que se encuentra tanto en las Décimas a las damas del siglo ilustrado de Ma Nicolasa Helguero Alvarado, como en La Petimetra, comedia moralizante de Nicolás Fernández de Moratín.Las mujeres y el espacio de sociabilidad formalLa máxima ilustrada de “atreverse a pensar” y a limpiar el conocimiento de supercherías, así como la de que “el alma no tiene sexo”, quedaron a prueba cuando la lógica evolución planteó el debate sobre la integración de mujeres en foros institucionalizados, tan emblemáticos para el reformismo, como las Academias y las Sociedades Económicas de Amigos del País. En una de estas últimas, la Matritense, se planteó la disputa con toda su trascendencia, a raíz de la admisión excepcional en 1786 de dos damas, Ma Isidra de Guzmán y la duquesa de Osuna (esposa del entonces Presidente de la Sociedad). En la polémica participaron personajes muy señalados, que elaboraron sendos informes sobre el particular. El literato Ignacio López de Ayala, defendió sin fisuras la inclusión de las mujeres en la Económica por razones de coherencia intelectual con los postulados de una institución que se tenía por moderna y reformista. Jovellanos, cuyo pensamiento sobre las cualidades de las mujeres ya hemos mencionado, reiteró su opinión favorable sobre el sexo femenino y la conveniencia de que se integraran en las tareas de la Sociedad, señalando la incongruencia de crear un cuerpo propio de participación de las damas, una vez admitidas; pero el debate alcanzó tal intensidad, que finalmente optó por la solución más paradójica: confiar en que ellas se inhibieran de asistir a las reuniones de la Sociedad, por discreción y recato. Otros como Campomanes no desean oponerse a dicha admisión, pero proponen que la participación mujeril en el movimiento reformador se atenga a tareas derivadas de su sexo y siempre en órganos propios y separados de las Juntas masculinas. Esta sería la opción adoptada finalmente en la Real Cédula de 27 de agosto de 1787 para la admisión de mujeres en dicho foro, con la creación de una Junta de Damas de Honor y Mérito, separada y subordinada a la Sociedad.La oposición frontal a la pretensión primera vino de la Memoria sobre la admisión y asistencia de las mujeres en la Sociedad Patriótica de Francisco Cabarrús, quien rechazó radicalmente que las damas tomaran parte en las «meditaciones y tareas» de la Matritense. Su discurso está lleno de desconfianza hacia el sexo femenino, sobre el que expresa todo tipo de prevenciones y al que por encima de todo parece temer, por su capacidad de seducción ante la también natural galantería de los hombres. No le interesan al esclarecido político las causas, pero cree firmemente en la inferioridad e31 Mónica Balufer, Op. cit, pág. 496-97. De la misma autora, ver, «Civilización, costumbres y política en la literatura de viajes a España del siglo XVIII», Estudis, 29 (2003), págs. 113-158.32 Dena Guzman, «Sociabilidad», Diccionario histórico de la Ilustración, pág. 215-220.14