Page 35 - Actas Afrancesados y anglófilos
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al principal sujeto de la misma: ese reducido y bien diferenciado “pueblo” del que habla. Pero no es menos cierto que el movimiento de las luces se manifestó con fuerza en los tres ámbitos señalados y dio lugar a experiencias nuevas, algunas de las cuales traspasaron los estrechos límites de las élites nobles e ilustradas madrileñas para adentrarse en segmentos más amplios de las principales ciudades y villas.Experiencias vividas¿Cómo afectó todo lo anterior a las mujeres del siglo XVIII? ¿Cuáles fueron sus actitudes ante las novedades? y, sobre todo, ¿Cómo se desenvolvió el debate sobre la utopía de la igualdad con el de la utilidad social de las mujeres en las propuestas reformistas?La “manía” de leerLas mujeres alfabetizadas del siglo XVIII —un grupo minoritario puesto que únicamente alrededor de un 10% de la tasa de escolarización infantil se nutría de niñas11— se manifestaron antes que nada como lectoras. Aunque los escritos de autoría femenina pocas veces llegaban a publicarse, en el siglo XVIII (como en los anteriores) también hubo escritoras; lo que, unido al interés más amplio por volver sobre la querella de las mujeres, pudo constituir un segmento de demanda de la actividad editorial nada desdeñable. Prueba de ello es el volumen de obras de ficción con protagonistas femeninas que los libreros pusieron a disposición del público. Se trata sobre todo de novelas, obras originales o traducidas, versionadas o adaptados los títulos y tramas a los temas que habían obtenido mayor éxito; novelas sentimentales o filosóficas plagadas de heroínas, cual modelos femeninos a imitar, o de graves reflexiones sobre la naturaleza de las mujeres. Pedro de Montegón, autor de la novela Eusebio (1786) que tanto éxito cosechó —en parte por el paralelismo que puede entrañar con el Emilio de Rousseau—, escribió asimismo Eudoxia, hija de Belisario (1793), tal vez para crear la identidad de su propia Sophie —modelo del que el español se aparta para defender la igualdad de los seres racionales y la conveniencia de la instrucción femenina, así como su posible inclusión en el trabajo productivo—, pero más que nada para contribuir, como escritor esclarecido, al debate ineludible sobre la educación de las mujeres y sus capacidades12.Ya en 1726 Feijoo suscita una fuerte y dilatada polémica al publicar su «Defensa de las mujeres» (discurso XVI del primer volumen del muy influyente Teatro crítico universal de errores comunes, 1726-1739), para combatir desde la luz de la razón el «prejuicio» imperante de la inferioridad de las mujeres. Afirma su igualdad porque la razón no tiene sexo y señala la educación (la carencia de la misma) como la causa que impide a la mujer desarrollar su potencial y permanecer en un estado de desigualdad (también social) tan lamentable. El autor fue acusado de pretender alterar el orden11 El Censo de 1797 recoge la existencia de 50 colegios de niñas (con 2.745 niñas) frente a casi el doble de niños (99), en los que estaban escolarizados 4.505 pupilos. Frente a las 2.303 escuelas femeninas (88.513 niñas escolarizadas), se contabilizan 8.704 escuelas masculinas, con un total de 304.613 escolares. Ma Victoria López-Cordón, «La situación de la mujer en el Antiguo Régimen, 1760-1860», Mujer y sociedad en España (1700-1975), Madrid, Ministerio de Cultura, 1986, págs. 51-107. De la misma autora, «La fortuna de escribir: escritoras de los siglos XVII y XVIII», Historia de las mujeres en España y América Latina. El mundo moderno, vol. II, Madrid, Cátedra, 2005, págs. 193-234.12 Gloria A. Franco Rubio, «Eudoxia, hija de Belisario de Pedro Montegón y la educación femenina en la España del siglo XVIII: la proyección literaria de una polémica», Arenal, Vol. 11, no1 (2004) págs. 59- 89.4