Page 33 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Acerca de la Ilustración española. Apunte previoNo es objeto de esta intervención abordar las posiciones historiográficas sobre el carácter y los límites del reformismo ilustrado español. Únicamente creo necesario señalar que aquí entenderemos dicho movimiento como un conjunto de valores, ideas y actitudes heterogéneas, es decir, una cultura, y no un sistema de pensamiento o un cuerpo doctrinal uniforme4. La pluralidad de ideas nuevas y opciones que existe en toda la Ilustración europea alcanza su coherencia precisamente en el valor otorgado al conflicto de opiniones sobre los grandes temas sometidos a polémica. En España (como en el resto de Europa), la recepción de ese espíritu ilustrado y su desarrollo daría lugar a propuestas también muy diversas, en consonancia con la voluntad de promover “progresos” dentro del absolutismo político y sin romper con el antiguo orden social. En consecuencia, los cambios que indudablemente se produjeron en la España del XVIII no son sólo el resultado exitoso o fallido del enfrentamiento entre antiguos y modernos, sino que también reflejan la tensión entre las diferentes concepciones políticas que conviven en el mismo movimiento reformista y la diversidad de influencias tanto extranjeras como de la tradición cultural propia; esta última especialmente marcada por el particular catolicismo español y la presencia del tribunal de la Inquisición.La impronta preeminente de lo francés en dicha cultura parece clara antes de que el acceso de los borbones al trono español acercara a esta Corte las costumbres y la moda de Versalles. En la medida en que aquella monarquía crecía en hegemonía política y militar, la nobleza española más culta del reinado de Carlos II y los círculos intelectuales que patrocinaba habían permanecido muy atentos a los referentes franceses. Así mismo es bien conocido que dicha influencia empezó a detenerse antes del estallido revolucionario de 1789 en el país vecino: “la muerte de Carlos III fue el símbolo y el signo de esta detención”, opina el historiador italiano Franco Venturi en su Settecento riformatore. Y no faltan datos que lo confirmen: en 1787 se cierra El Censor, periódico de contenidos ilustrados, y la Inquisición procesa a su director, Luis Cañuelo; era sólo un episodio de la restricción de circulación de ideas que se extendería al conjunto de la prensa periódica, así como a las publicaciones innovadoras de Economía o en otros aspectos de la cultura5. Ciertamente los borbones habían seguido la orientación política regalista de Luis XIV, con medidas como una mayor presión sobre las rentas eclesiásticas en favor del erario público; la firma del Concordato de 1753 que reforzaba el poder real sobre la Iglesia española en detrimento de la obediencia de ésta a Roma y, sobre todo, la expulsión de los jesuitas, que suponía un novedoso intento de recortar el poder del clero en materia educativa y cultural6. Pero la autoridad del Santo Oficio continuaría manifestándose durante el reinado del monarca ilustrado, como lo demuestra el proceso seguido contra Pablo de Olavide y su encarcelamiento en 1776. Y es que al morir Carlos III quedaban pendientes reformas tan cruciales como la del mencionado tribunal eclesiástico (o su supresión), la fiscal y la de las universidades, así como el establecimiento de una ley agraria7.Pese a los obstáculos, algunos autores estiman que a lo largo del siglo XVIII se tradujeron en España unos 1.200 títulos de lenguas modernas europeas (excluyendo, por4Pedro Ruiz Torres, Reformismo e Ilustración, V. 5 de Historia de España, Barcelona, Crítica-Marcial Pons, pág. 435.5 Antonio Elorza, «El temido árbol de la libertad», España y la revolución francesa, Barcelona, Crítica, 1989, págs. 69-118.6 José Álvarez Junco, Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 2001, pág. 334 7 Antonio Elorza, op. cit. pág. 70-71.2


































































































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