Page 34 - Actas Afrancesados y anglófilos
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tanto, el latín y el griego), de los cuales casi dos tercios procederían del francés, en torno a un 23% del italiano y un 7’3 del inglés8.Por otra parte la voz afrancesado no aparece en el Diccionario de Autoridades (1726), en cambio sí figura en la primera edición del Diccionario de la Lengua Castellana9(1770) como «el que imita con afectación las costumbres y modas de los franceses» . Tal definición sugiere una referencia a nuevos estilos de vida, sociabilidad y consumo, adoptados principalmente por miembros muy significados de la cúspide social y de las clases medias: el hábito del paseo, de la conversación y el cortejo galante en los nuevos espacios urbanos; las tertulias en los selectos salones de aristócratas y burguesas, donde ellas ejercían de anfitrionas al modo de las salonnierès; la imitación de Versalles en la construcción de palacios y en la decoración de interiores. Pero también puede aludir a expresiones culturales menos minoritarias, como la representación de piezas teatrales “a la francesa”, que algunos contemporáneos consideraron verdaderamente “afectadas”. Más adelante volveremos sobre este punto. Baste decir ahora que para la segunda fecha señalada anteriormente (1770), las “modas y costumbres de los franceses” se habían extendido lo suficiente entre diferentes segmentos sociales como para tener que definir la voz afrancesado. Antonio Alcalá Galiano, un buen representante de la élite política y cultural de la siguiente generación —nació en 1789— refería así dicho fenómeno:«Afrancesose nuestra literatura y cundió el contagio a nuestras costumbres, yendo en España las opiniones al son que iban en Francia y por la misma vía, si bien quedándose atrás largo trecho». Este autor sitúa la introducción de la mencionada tendencia en el reinado de Felipe V —cuando (en su opinión de hombre del XIX que ha vivido la guerra contra Napoleón) la monarquía española se había convertido en satélite de la francesa— y añade que al impulso dado por los monarcas borbones desde el poder se había sumado el pueblo, «esto es, la parte de la nación española que leía y pensaba»10. Por tanto el alcance del afrancesamiento no habría “contagiado” más que a los grupos urbanos que nutrieron las academias y las sociedades patrióticas, a su vez integradas por individuos de la nobleza y comerciantes acomodados, juristas, clérigos, médicos y militares. Aún así el espíritu ilustrado, es decir, abierto a la recepción de nuevas ideas y defensor de la libertad de pensar, se habría extendido entre una élite mucho más amplia que la conformada en siglos anteriores por los monasterios, universidades, seminarios y grupos de cortesanos. Las noticias y modas extranjeras contaron además con otros vehículos de transmisión, como la correspondencia de los emigrados franceses en España, los jóvenes pensionados en Francia o la actividad de editores, libreros y comerciantes asentados en las principales ciudades.La cita de Alcalá Galiano establece tres secuencias en la recepción de la influencia francesa: primero la literatura, después las costumbres y, en esa estela, se habría formado la opinión favorable a un cambio profundo. Tal afirmación se debe a la perspectiva adoptada por el autor para historiar la revolución española de 1808 —una perspectiva que, a estos efectos, establece el binomio Ilustración-Revolución como relación de causa efecto— y a la necesidad de explicar su carácter (índole), sus causas y8 Javier Fernández Sebastián, «La Península Ibérica», Diccionario histórico de la Ilustración, Madrid, Alianza Editorial, 1998, págs. 340-351. El autor sigue los datos de F. Aguilar Piñal. Ver también, Francisco Lafarga, «El siglo XVIII, de la Ilustración al Romanticismo», Historia de la traducción en España, Salamanca, Ambos Mundos, 2004, pág. 211.9 Obviamente dicho término careció del significado político preciso que tuvo en el siglo XIX hasta la guerra contra la ocupación napoleónica, pero a partir de entonces englobaría también los contenidos culturales del Setecientos.10 Antonio Alcalá Galiano, Índole de la revolución española de 1808, Biblioteca de Autores Españoles, pág. 312.3