Page 26 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Miguel Ángel, seis de Bernini, y otras de Duquesnoy. El director de la institución francesa debió controlar, además, el pedido de libros que había redactado Olivieri.26Para la regularización e institucionalización de las pensiones de Roma resultaron también especialmente vitales las experiencias de Felipe de Castro y Francisco Preciado de la Vega, llegados a Roma en 1733 y becados por Felipe V a partir de 1740.27 Ambos conocieron a la perfección el ritmo de vida que se llevó en las diferentes academias. Esto se deduce del informe que escriben los dos en 1758 a petición de la Academia de San Fernando para reglamentar las bases de las becas de Roma, redactadas finalmente por Ignacio de Hermosilla en 1758 como una Instrucción para el director y los pensiona.s pintores y escultores en Roma.28Nombrado en 1757 director de los pensionados en Roma, Preciado de la Vega recomendaba copiar el sistema administrativo de la institución francesa. Pide también una casa-academia en común donde alojar a todos los pensionados, requisito que consideró como responsable de los becarios, imprescindible para el seguimiento de la aplicación y el perfeccionamiento en sus respectivas disciplinas. Sigue en todo el plan de vida existente en la Academia de Francia, que según el, “haría honor al rey y a la nación”.29Hermosilla basa la Instrucción principalmente en el detallado dictamen de Castro, que se expresa de manera más cautelosa que Preciado en lo que respecta al modelo de la academia francesa. Según su parecer, imitarla sería “un desdoro para la Nación”30 ya que la Academia de San Fernando no disponía de los mismos medios económicos. El escultor opta en su memoria además por un sistema de estudio individualizado. Según Castro era preferible que los pensionados viviesen cerca de los maestros que eligiesen para su dirección o de las obras que éstos les hiciesen estudiar, en vez de vivir bajo el mismo techo y estudiar según el plan general del director de la institución. Castro recomienda, no obstante, el mismo método de trabajo, empleado en la academia francesa. Insiste, por ejemplo, que los pensionados deberían perfeccionarse primero en el dibujo y modelo y, sólo después, copiar las obras clásicas de la escultura y de la pintura. Reseña también todos los maestros que se consideraban en el mundo académico romano como imprescindibles a copiar. Entre el vademécum formativo se encontraba, aparte de la escultura clásica y “moderna”31, naturalmente también Rafael y sus obras en el Vaticano y en la Villa Farnesina, los frescos del Palazzo Farnese y también los grandes venecianos, Tiziano o Veronés, además de Domenichino, Guido26 Ibíd, págs. 39-40.27 Sobre la estancia de Castro en Roma véase Claude Bédat, El escultor Felipe de Castro, Santiago de Compostela, 1971, págs. 8-10 y 77-89 y Jesús Urrea, Relaciones artísticas hispano-romanas en el siglo XVIII, cit., 2006, págs. 237-240. La vida de Preciado de la Vega en Roma es tema de María Ángeles Alonso Sánchez, op. cit. y de R. Cornudella i Carré, “Para una revisión de la obra pictórica de Francisco Preciado de la Vega, Sevilla, 1712-Roma, 1789”, Locvs Amoenvs, 3, 1997, págs. 98-122. Véase también Jesús Urrea, Relaciones artísticas hispano-romanas en el siglo XVIII, cit., págs. 141-159.28 Transcrita por Amada López de Meneses, Las pensiones que en 1758 concedió la Academia de San Fernando, cit., 1933, págs. 284-296.29 Los informes de Castro y Preciado de la Vega han sido analizados por María Ángeles Alonso Sánchez, op. cit., págs. 132-135.30 María Ángeles Alonso Sánchez, op. cit., pág. 135. Leticia Azcue Brea, El Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: La Escultura y la Academia, tesis doctoral, UCM, 2 vols., Madrid, 1992, con la trascripción completa del informe de Castro, fechado el 12 de septiembre de 1758, en vol. 1, pp. 153-156.31 Apartado 26: „Cuando se les permita copiar algo moderno, sea precisamente de Micael Angelo, del Bernino de Algardi, del Flamenco (Duquesnoy), de Hercole Ferrata de Antonio Raggi, Melchior Caja, Camilo Rusconi, Angelo Rossi, Pietro le Gros, ú otros semejantes”. Amada López de Meneses, Las pensiones que en 1758 concedió la Academia de San Fernando, cit., 1933, pág. 288.5


































































































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