Page 22 - Actas Afrancesados y anglófilos
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L’Académie de France en Roma:La formación del artista en la “Capital del mundo”Anna Reuter ParedesItalia merece, como exclamó Jaucourt en su artículo Voyage de la Encyclopédie, la curiosidad de todos aquellos “qui ont été cultivés par les lettres”. El viaje a Italia y la estancia en Roma, titulada por Goethe en su diario del Viaje a Italia la “Capital del mundo”, representaba también en el siglo XVIII el punto culminante en la formación de todo erudito y artista que se preciara. La importancia del viaje se consideró tan vital, que lo emprendieron incluso jóvenes por cuenta propia. Entre ellos se encontraban también españoles, como Mariano Salvador Maella, que consiguió, sin embargo, una vez establecido en Roma, en 1758 la ayuda de la Academia de San Fernando,1 o Francisco de Goya, que afrontó -menos2afortunado que su coetáneo- los costes de su viaje de 1770 y 1771 a expensas propias.Viajar a cuenta del erario público era a partir de 1757 el privilegio de los ganadores de los certámenes celebrados por la Academia de San Fernando, convocados, sin embargo, por primera vez por su Junta Preparatoria. Sus miembros –pronto interesados en concretizar las condiciones de las pensiones de Roma- concedieron en 1746 varias becas a pintores, escultores y arquitectos, entre los que figuraban Antonio González Velázquez, Francisco Gutiérrez y poco después también José de Hermosilla, futuro secretario de la academia. Hasta aquel momento, los jóvenes que quisieron desplazarse a Roma estaban a la merced de un mecenas, como el primer rey de la casa Borbón española, que asignó pensiones a título personal a Juan Bautista Peña y Pablo Pernicharo, becados entre 1730 y 1738, y a Felipe de Castro y Francisco Preciado de la Vega, llegados a Roma en 1733 y pensionados a partir de 1740.3Felipe V sigue con los envíos de los pintores y escultores a la Ciudad Eterna la costumbre iniciada por su abuelo Luis XIV, quien mandaba desde 1666, de forma sistemática, a su élite artística a Roma, considerada también en el siglo XVIII la “Academia del Mundo”. Francia era hasta el siglo XIX el único país que se permitía mantener en Roma una casa, la Académie de France, donde alojaban a sus pensionados, con el fin de que éstos se adelantaran y perfeccionaran en sus respectivas profesiones. Bajo el férreo control del Director de la institución, los pensionnaires siguieron un plan de estudios, que incluía clases de aritmética, geometría, perspectiva, arquitectura y anatomía, y sobre todo clases basadas en la práctica del dibujo. Las horas matinales estaban reservadas a dibujar las copias de esculturas que conservaba la propia institución y al modelo que posaba en las clases del desnudo. Los pensionnaires dedicaron las tardes, en cambio, a las visitas a los monumentos de la ciudad y sus colecciones, para copiar in situ las obras originales. Según el plan de estudios, los becados por la escultura debían copiar la escultura clásica, los arquitectos realizar sus planos y trazas de los monumentos y los pintores copiar a los maestros del pasado, principalmente Rafael, Carracci, Guercino, Domenichino, Guido Reni, Pietro da1 Amada López de Meneses, “Las pensiones que en 1758 concedió la Academia de San Fernando para ampliación de estudios en Roma”, Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, XLI, 1933, pág. 271. 2 Lo manifiesta el propio Goya en un memorial dirigido a Carlos III, el 24 de julio de 1778. Véase Valentín Sambricio, Tapices de Goya, Madrid, 1946, doc. 56, pág. XXXI.3 Claude Bédat, La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1744-1808, Madrid, págs. 249-251.1