Page 20 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Algunos pecados napoleónicosMarcos Ricardo BarnatánDesde muy joven comencé a sentir una gran simpatía por un personaje oscurecido por la historia: José Bonaparte, el que fue durante un borrascoso quinquenio rey de España. Estoy seguro que mi interés por él lo heredé de mi madre, argentina educada en París en la época de entreguerras, que me inculcó desde niño el respeto por Napoleón al que consideraba un héroe.Recuerdo haber leído numerosas biografías del Emperador y no sentirme satisfecho con ninguna de ellas, quizá porque ninguna me parecía lo suficientemente exaltadora. Esa fue quizá una de las razones por la que decidí que de mayor sería escritor: para poder escribir una biografía de Napoleón Bonaparte que estuviera a la altura de su personalidad. Una resolución infantíl que nunca realicé.De aquella época de fantasias heroícas recuerdo la fundación de una sociedad secreta, una llamada “liga napoleónica” que formaba con mi hermano y que tenía periodicas reuniones rituales. Para ello compré una bandera tricolor y un pequeño busto de Napoleón, que aun conservo, que hacían de improvisado altar.Mi hermano había nacido en París, por lo que lo consideraba un napoleonico nato, merecedor de participar en esas veladas a puerta cerrada donde se cantaba La Marsellesa y se relataban algunas de las proezas militares de Napoleón. A mi padre no le gustaban nada esas ideas pero seguramente no las reprimía porque le parecian unas chiquilladas inofensivas, que es lo que eran. Y mi madre sonreía con cierta complicidad. Los argentinos teníamos, o tenemos, debilidad por París, es algo arcaico pero que sigue funcionando entre algun tipo de gente de aquellas australidades. Además a mí, en la escuela pública, jamás me habían hablado del 2 de mayo. Para nosotros lo importante era el 25 de mayo, el día de 1810 en el que los criollos decidieron romper palitos con la metrópoli. Y una de las causas que posibilió aquella revolución y la posterior independencia fue que los realistas- así se nombraban a los españoles- estaban entretenidos contra Napoleón.Sin quererlo quizá, José Bonaparte formaba parte de la conspiración libertadora de América. Pero había otras razones para inspirarme simpatía, ese rey francés, nacido en Córcega en 1768, había decretado el fín de la Inquisición Española y dotado a sus nuevos súbditos de una constitución ilustrada. Dos actos de indiscutible progreso frente al oscurantísmo anterior.Con los años me fui olvidando del asunto, hasta que llegué a España en 1965. Para entónces me encontré en Madrid con la leyenda de que nôtre bon Roi Joseph era conocido como Pepe Botella, asignándole una dipsomanía vergonzante que los propios historiadores españoles se han encargado de desmentir. Al parecer el borrachín era un señor de lo más abstemio, que apenas bebía y cuando lo hacía rebajaba el vino con agua. Más edilicio era el otro mote: Pepe Plazuelas, ya que se preocupó de abrir plazas en los barrios céntricos de Madrid, derribando conventos y otros edificios mamotetricos. En eso seguía la tradición de Carlos III.Para leyenda negra, la leyenda de borracho y de ladrón que se le construyó a este buen señor, que como rey de España que fue, creía que los bienes de la Corona eran suyos, y embaló sus cuadros para llevárselos a casa cuando se sintió expulsado. Pero no, los cuadros se quedaron en el camino, y los amigos de las cadenas se los regalaron a un1