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que inspira también al espectador a fingir. Sin promover un realismo ingenuo en la representación, el alegato de Craig era «realista» en la medida en que quería empujar al teatro a acercarse a los espacios de la mera vida, donde el mismo sol brilla para el actor y para el espectador:
When Drama went indoors, it died; and when Drama
went indoors, its scenery went indoors too. You must
have the sun on you to live, and Drama and Architecture
must have the sun on them to live [...] It was the movement of the chorus which moved the onlookers.
It was the movement of the sun upon the architecture
which moved the audience.15 15
En esa formulación del decorado en continuidad con el mundo, la aparición de elementos específicamente manufacturados para la escena —por ejemplo, una ciudad representada por medio de cartones pintados con tinta negra— permitiría aparecer al teatro mismo como personaje, al decorado como efigie o emblema de la representación misma. El actor que se confronta con esos objetos, abstracciones o indicadores de la vida exterior a la escena, se confronta con la presencia del teatro en un espacio que no es menos extraño a este. Se ha producido, pues, un desdoblamiento.
Pero es posible mirar, más allá de los juicios de Gordon Craig sobre el teatro barroco, a otras prácticas escenográficas de siglos pasados, cuya ubicación natural era la ciudad. «Relata Bonet Correa cómo en el siglo xviii las casas eran tapadas con falsas fachadas realizadas con grandes bastidores recortados. Cómo los arcos de triunfo o los obeliscos efímeros duraban, al igual que el frontis de las casas, “tres, cuatro, cinco o hasta seis días”. A excepción de la Puerta Nueva de Palermo o el Arco de Santa María de Burgos, que devinieron en otras definitivas, la práctica totalidad de esas edificaciones eran destruidas a los
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pocos días de su erección.»16 A partir de aquí, no es imposible 16 pensar que el medio ideal para enfatizar esta diferencia y a la
vez salvaguardar el espacio real, concreto, en que se produce,
sea la cámara cinematográfica.
El decorado se vuelve así personaje, encarnado por fragmentos móviles, piezas para un acto de transformación sin fin en el que la ciudad, ese macrodecorado, puede reconocerse como en un
Íd., pp. 7-8.
Juan Muñoz, op. cit., p. 133.



















































































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