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el minuto nueve se observa un juego de ruedas neumáticas que podría ser una carrera, un pasatiempo colectivo o una mímica del tráfico vial.
Poco después se muestran dos ciclos de actividades al hilo de un pasaje en el que Friedman reflexiona sobre la autosuficiencia de las ciudades y la conveniencia de que estas estén compuestas de pequeños pueblos conectados. Primero, vemos a la comunidad de personajes desplazando fragmentos de la ciudad, que pueden ser fragmentos de viviendas o edificios enteros (formulados en cartón a una escala manejable para una persona) o piezas para construir estructuras que hacen pensar en habitáculos reales (cabañas) o edificios (soportes para maquetas, bastidores). En otras palabras, la ciudad hace de su propio desplazamiento su actividad principal, pero también la principal representación de su dinámica interminable. La finalidad de una ciudad no es otra que el movimiento perpetuo. Los desplazamientos de partes, edificios, bloques enteros de casas, hacen pensar en cierta anotación de Michel de Certeau en L’invention du quotidien: «Dans l’Athènes d’aujourd’hui, les transports en commun s’appellent metaphorai»4. El trabajo de los habitantes que mueven la ciudad es, por decirlo así, metafórico en un sentido literal, sus «metáforas» de la ciudad no son evocaciones de una cosa a partir de aquella, sino desplazamientos, mudanzas. El trajín de la urbe queda así contenido en una selección de gestos emblemáticos. Algo más tarde, la cámara que filma todo parece distraerse mirando un lago. Al recorrer con ella la orilla, de derecha a izquierda, encontramos a un grupo de habitantes organizados en fila y formando una cadena de transporte. Uno toma agua con un cubo, la pasa al siguiente, que sostiene otro cubo o palangana, quien hace lo mismo con su compañero, quien repite el gesto nuevamente y entonces el agua es arrojada por una cañería de PVC que sostienen otros y a través de ella llega al recipiente de otra persona. No vemos dónde acaba el agua, pero sí que en cada transición se pierde un poco, o más de un poco. En ese desplazamiento acuático interviene, pues, la entropía —en todo intercambio de energía hay una pérdida irrecuperable— pero el lago tiene mucha más agua de la que puede calcular un balde y los habitantes continúan. De nuevo nos preguntamos si la indiferencia de los agentes/actores se debe a su conocimiento de la representación —pues su acción es un mero índice de otra, tal vez una simplificación de transportes más complejos— o si en ese trasvase lo que importa es saber cuántas veces puede el
4 Michel de Certeau,
L’invention du quotidien. 1. Arts de faire, París: Gallimard, 1990, p. 170.
CONSTRUCCIÓN SIN FIN MANUEL CIRAUQUI
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