Page 85 - El rostro de las letras
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       68 EL IMPERIO DE LA FOTOGRAFÍA lujosamente encuadernados en piel, pretenciosas guarniciones
metálicas y doradas cantoneras.
La iconografía social del siglo XIX se fue creando a partir de la con- tundente teatralización de los estudios, de la impostura gestual, del exceso escenográfico, de la propia expresión de los modelos, que así han sobrevivido a los ultrajes del olvido. De este modo fue con- formándose un nuevo imaginario gráfico definido por las miles de imágenes que producían los estudios fotográficos, fetiches visuales atesorados por las nuevas clases sociales en ascenso, por los persona- jes de Proust y el padre Coloma, lo mismo que por los seres infortu- nados que pueblan el universo fronterizo de Cormac McCarthy. Para todos tiene la fotografía un significado similar, la misma y poderosa fuerza para construir la memoria de sus vidas devastadas, semejante representación ritual, un modo similar de certificar la finitud de las cosas, de todas las cosas. Las viejas y amarillentas fotografías les evocan a todos, ricos o necesitados, cultivados o ignorantes, felices o desdichados, célebres o desconocidos. “El viejo álbum mohoso –ha escrito McCarthy–, con su papel descolorido y arrugado, despedía
un hedor como a cripta, presentando una tras otra estas caras de mi- rada lánguida y desprovista de amor al mundo que giraba sin cesar, máscaras de incertidumbre ante el frío ojo de cristal de la cámara, o rostros simplemente sumidos en la decrepitud por la mera fugacidad del tiempo”. Esos rostros de nuestros abuelos, fijados para siempre en las emulsiones fotográficas, nos recuerdan, desde lo efímero de su ocasional contemplación, que también en ellos late un hálito perdu- rable de vida: la que, justamente, les proporciona la fotografía.
En vísperas del imperio de la fotografía, lo que demandaban los ciudadanos no eran sólo sus propios retratos, sino los de sus amigos y familiares y los de las celebridades del día. Ya en el inicio de la década de 1850, Ernest Lacan propuso reunir en álbumes para la venta los rostros de los “hombres célebres en el campo de la política, la literatura, el oficio de las armas y el clero”. Lo que Lacan anunciaba, quizás sin sospecharlo, no era sólo un negocio lucrativo para los empresarios más emprendedores, sino la creación de un logotipo del poder, a través de la masiva divulgación de la imagen de sus clases dirigentes, que gracias a la fotografía estuvieron en condiciones de ofrecer un modelo a seguir para una sociedad des- concertada, que comenzaba a vivir unos años tumultuosos marca-
Alonso MARTÍNEZ Y HERMANO. Retrato de Ramón de Navarrete (1822-1897), narrador y cronista social, más conocido por su seudónimo Asmodeo, con el que aparece en El ruedo ibérico, de Ramón María del Valle-Inclán. Carte-de-visite, hacia 1865 (Fundación Lázaro Galdiano. Madrid)
Página siguiente: La Galería de Hombres Ilustres de José MARTÍNEZ SÁNCHEZ fue una de las primeras y más populares del Madrid isabelino. En ella incluyó los retratos de medio centenar de escritores, entre ellos, de izquierda a derecha, Pedro Antonio de Alarcón, Manuel Fernández y González, Carolina Coronado y Adelardo López de Aya- la. (Fundación Lázaro Galdiano y Biblioteca Nacional de España)
 



























































































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