Page 84 - El rostro de las letras

EL IMPERIO DE LA FOTOGRAFÍA
fica ocupaba a medio millón de personas y su producción total se elevaba a treinta millones de francos. Mientras que en 1842, Lere- bours realizaba anualmente 1.500 retratos al daguerrotipo, veinte años después, sólo en el estudio de Disdéri se vendían diariamen- te 2.400 retratos en tarjeta. Y tampoco era despreciable el trabajo de los estudios fotográficos en España, donde en 1868 se registra- ban oficialmente cerca de medio millar de estudios profesionales. Por un precio asequible, la fotografía proporcionaba a las clases en ascenso un modo eficaz de afirmación personal, difuminando de paso las fronteras entre los ámbitos públicos y la vida privada. “La contemplación de la imagen propia –escribió Alain Corbin– dejó de ser el privilegio de unos pocos, exacerbando el sentimiento de autoestima y el deseo de aprobación social. Algo que los fotógrafos supieron percibir enseguida con toda claridad”. Paul Valéry recor- daba en su tiempo que en cada familia se guardaba uno de esos álbumes “que nos ponen entre las manos retratos que hoy llegan
a conmovernos, vestimentas que el tiempo ha llegado a convertir en ridículas, y todo un grupo de parientes, amigos y desconocidos que han formado parte sustancial o accidental en nuestras vidas”. Cuando todo el mundo accedió al derecho democrático de poseer su propio retrato, se generalizaron los álbumes fotográficos, los mismos que W. Benjamin contemplaba en los lugares más recón- ditos de las casas, en las repisas y en las habitaciones de invitados,
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La edad de oro del retrato fotográfico se inició en el ecuador del siglo XIX. Según las cifras oficiales, existían en España más de quinien- tos estudios en los días de la Revolución de 1868. Entre ellos, los de los fotógrafos man- chegos, Juan José Muñoz (a la izquierda) y Juan José Ibáñez (a la derecha). En el centro, un grupo de profesionales madrileños. Hacia 1865 (Colección Javier Carrión Muñoz)