Page 60 - El rostro de las letras
P. 60

TERTULIAS Y CAFÉS
43
Aquel era el panorama asociativo de Barcelona en vísperas del
nuevo orden moderado nacido del triunfo de las fuerzas opuestas
a Espartero, que propició la creación de entidades de ocio burgués tan importantes como el Casino Barcelonés (1844), La Sociedad de Amigos de las Bellas Artes (1846) y el Teatre del Liceu (1847), que vino a acabar con el monopolio musical mantenido hasta entonces por el Teatre Principal o de la Santa Creu. En 1856, un grupo de re- presentantes ilustres de la cultura y las finanzas se reunieron para recordarle a los barceloneses que la ciudad necesitaba “un centro, que al mismo tiempo que punto de reunión de varias clases socia- les, de lectura y de agradable y útil conversación, pudiera discutir y acordar lo que pudiera ser favorable al país e interesar a la ciencia, a las letras y a las artes”. Este centro no fue otro que el Ateneo Catalán, creado el día 14 de abril de 1866, capitaneado por una Junta presidida por el decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Barce- lona, Joan Angel. A nadie extrañó que el Ateneo Catalán buscase el hermanamiento definitivo con el Círculo Mercantil (1864) para crear en 1872 el actual Ateneo Barcelonés.
La creación de los ateneos se multiplicó en la frontera entre los siglos XIX y XX. Ciudades como Bilbao, Sevilla, Málaga, Palma de Mallorca, Pontevedra, Santander, Valencia y Vitoria, contaron con sus propios ateneos, aunque de una importancia menor que los de Barcelona y Madrid. En ciudades de larga tradición universitaria, como Santiago de Compostela, las tertulias literarias se celebraban en reboticas y liceos como el célebre de San Agustín, frecuentadas por las más altas figuras del romanticismo gallego, que ya estaban sentando las bases del Rexurdimento. En el Liceo de San Agustín se daban cita figuras de la importancia de Eduardo Pondal, Manuel Murguía, Rosalía de Castro y el jovencísimo y malogrado poeta Aurelio Aguirre, que asistía invariablemente envuelto en su legen- daria esclavina. Años después, engullido ya Aguirre por las aguas de la playa coruñesa de San Amaro, prematuramente desaparecida también Rosalía, aquellos apóstoles de la lengua gallega se reunían en la librería coruñesa de Carré, donde Murguía sentó las bases de la futura Academia Galega, residenciada hoy en la casa coruñesa de doña Emilia Pardo Bazán, una escritora cosmopolita que nunca escribió en gallego. En aquellas tertulias, como la histórica A Cova Céltica, se gestó el renacimiento cultural de la lengua, verdadero símbolo fundacional del Rexurdimento. Como emblema de aquel
  Joan Agell y Manuel Milá i Fontanals (imagen superior) fueron los dos prime- ros presidentes del Ateneo de Barcelona, en 1860 y 1861 respectivamente. La Ilus- tració Catalana, 1888 (Biblioteca Nacional de Catalunya. Barcelona)




























































































   58   59   60   61   62