Page 39 - El rostro de las letras
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    22 ROMÁNTICOS Y LIBERALES
desconocido no entrado aún en la veintena, menguado de cuerpo, embutido en un largo levitón negro, que hallaba así ocasión para hacerse presente ante tan selecta concurrencia, en la que ansiaba in- tegrarse, pese a que no entraba Larra en la trinidad de sus preferen- cias, ya colmada con Espronceda, García Gutiérrez y Hartzenbusch 11.
La propia estampa de Zorrilla, que tan repetidamente registraron luego los fotógrafos, certifica el porte romántico, que en general responde al modelo estético de Espronceda. La generación que le siguió fue menos taciturna y pesimista, en la misma medida en que fue más insustancial. Tampoco todos los románticos españoles militaron en la causa de la libertad, al margen de algunos pecadi- llos juveniles que, como en el caso del duque de Rivas, fueron flor de un día. De don Ángel de Saavedra, de sus famosas soirèes en
las que gustaba ser el centro de la escena, nos ha quedado algún testimonio del propio Zorrilla, que le recuerda recitando sus versos “con un tono y gesticulación esencialmente suyos”, una frase que todo lo quiere decir y no dice nada. Eran días aquellos en los que el duque, abroncado por el general Espartero, descendía en Sevilla por los escalones del servilismo, tratando de borrar los estigmas de su progresismo juvenil. Don Juan Valera, diplomático de carrera
y subordinado del duque en sus embajadas italianas, le recordaba como un hombre tornadizo en sus gustos, “gallardo, alegre y ameno en su trato”. Allí coincidió con el infante don Sebastián, pariente de la reina y gran aficionado a la fotografía.
La escasez de fotografías del duque de Rivas resulta al menos sor- prendente en un hombre como él, tan mundano y viajado, aunque sí nos han quedado no pocos retratos pictóricos y, naturalmente, literarios. Quizás el mejor se lo debemos a Julio Nombela, cuyas excelentes memorias constituyen la mejor guía para moverse por los ambientes culturales de la capital de España del siglo XIX: “En 1853 era el duque de una estatura regular, esbelto, fornido, de correctas facciones helénicas, de cutis fino y sonrosado, de cabello ya gris pues contaba a la sazón sesenta y dos años, pelo rizoso y abundante”. Un año después, la Revolución acababa con el efímero gobierno del conde de San Luis, y don Ángel era llamado por Isabel II para formar parte de un gobierno, que, de tan efímero,
ni siquiera existió. Al final, el poeta fue nombrado de nuevo em- bajador, esta vez en París, donde tuvo el privilegio de tratar con el
Excmo. Sr. Don José Zorrilla. Fotografía hecha por el Excmo. Marqués de Villafuerte. La Ilus- tración Española y Americana, 8 de junio de 1885. (Archivo-Biblioteca de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)
 11 El juicio de Emilia Pardo Bazán sobre Zorrilla desmiente el fingido fervor del es- critor ante el sepulcro de Larra. Para doña Emilia, nunca dejó de ser Zorrilla persona “maldiciente hasta la ferocidad”. Pese a que el propio poeta reconoció que, sin las especiales circunstancias de la muerte
y duelo de Larra hubiese permanecido “probablemente en la oscuridad”, no tuvo reparo en afirmar que sus versos brotaron “sobre la tumba de un malvado”.

























































































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