Page 376 - El rostro de las letras

CAPÍTULO 12 Entre dos dictaduras
C on el tiempo España fue perdiendo aquella imagen so- lanesca que ha quedado fijada en la edad eterna de las fotografías. Tras la anunciada crisis de la Dictadura primo-
rriverista comenzó a cuestionarse el propio régimen dinástico, debili- tado por la desgraciada actuación pública de Alfonso XIII. El crecien- te descontento social, el fracaso político del dictador y el desapego de los sectores próximos a la literatura, la Universidad y el sindicalismo acabaron forzando la dimisión de Primo de Rivera. A la Monarquía sólo le quedó entonces el apoyo de los sectores más inmovilistas del Ejército, la Iglesia y la burguesía agraria. Pronto se comprobó que
no era suficiente, tras el triunfo de los partidos republicanos en las elecciones municipales de abril de 1931. “Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros –escribió Antonio Machado–, la primavera traía a la República de la mano”.
Con la llegada de la República el Parlamento recobró su carácter de centro nuclear de la vida política de la nación. En él se simbolizaba el pacto entre la burguesía ilustrada y las clases medias y trabaja- doras, que tan eficazmente habían contribuido a su advenimiento. Y en él comenzó a librarse la vieja y extenuadora pugna entre lo herrumbroso y lo nuevo, entre el pasado y el futuro, entre la liber- tad y las cadenas. Durante meses, Madrid se convirtió en escenario de algunos de los hechos más notables de aquella confrontación, ya que la capital era entonces, como afirmó Azaña, el centro “donde surgen y rebotan las ideas a todos los ámbitos de la Península”. Pese al creciente protagonismo de Barcelona, Valencia y Sevilla, era aún menester vivir en aquella ciudad de trazas barojianas, si se quería ser algo en la política, el espectáculo, el arte y la literatura. Ya lo había expresado a su modo Valle-Inclán, y lo repitió después
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