Page 332 - El rostro de las letras
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TIEMPOS NUEVOS
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  casi absoluta dependencia técnica respecto de la industria extranjera. Los históricos forillos comenzaron definitivamente a menguar, junto a las columnas, pedestales, rocas de papel maché, vidrieras de Serre “lindísimas”, como las introducidas por Franzen en 1910; los decora- dos Segundo Imperio, los coin de jardín y los despachos y escritorios Renacimiento incorporados por algunos de los últimos retratistas. Los estudios eran aún, en las primeras décadas del siglo, la fábrica
de sueños de las clases aristocráticas y burguesas que los frecuenta- ban, un verdadero universo de cartón piedra en el que los fotógrafos construían lo que Gisèle Freund ha denominado como la máscara de sus personajes. Una máscara que descubrimos también en algunos literatos del momento, como Valle-Inclán, Unamuno, Baroja, Blasco Ibáñez y Palacio Valdés, retratados en las vísperas republicanas ante los excesos escenográficos introducidos por fotógrafos como Alfonso, en aquellos días epilogales. Pero la sociedad había cambiado y, conse- cuentemente, mudaron también los modos y las modas de retratar. El futuro del retrato fotográfico nació entonces y se fue afirmando en el trabajo humilde y olvidado de los reporteros, verdaderos protagonis- tas de aquella profunda mutación.
Por lo mismo que la labor de los reporteros gráficos fue decisiva en la renovación del retrato, tuvo un efecto devastador en la plácida exis- tencia de las viejas galerías, de trazas aún decimonónicas. En aquellos días convulsos que presenciaron el final de la Monarquía, sólo los grandes fotógrafos consiguieron resistir. De todos, el más representa-
Antonio Cánovas del Castillo, KÁULAK, retra- tando al marqués de la Vega de Armijo. A la derecha, la misma fotografía publicada en el número de Nuevo Mundo. 24 de noviembre de 1904 (Archivo Monasor)





























































































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