Page 325 - El rostro de las letras
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TIEMPOS NUEVOS
  Azorín, que conoció bien a Gabriel Miró, afirmaba que coincidía con él en su amor por el paisaje, su gusto por el pormenor y “la morosidad de su estilo”. Fotografías de PADRÓ y TORRE. Hacia 1915 (MECD, AGA, Fondo MCSE)
dono en un gran diván turco repleto de cojines, tras el que vemos una pared cubierta de retratos de escritores, toreros y tonadilleras. Hoyos tuvo un final desdichado, humillado y ofendido por los Hunos y los otros, pobre criatura del arroyo. De Gabriel Miró, pese a los temores que mostró siempre ante las cámaras, conocemos decenas de retratos de sus días de juventud y de su edad adulta, algunos tomados en los estudios de Barcelona, del tiempo en que trabajaba con Josep Carner. De 1916 es uno de sus retratos más conocidos, con traje oscuro y chalina, el pelo echado hacia atrás y la mirada sonám- bula, como de persona más hecha a mirar a las nubes que a las cosas corrientes. De otra pasta estaba hecho Gregorio Martínez Sierra, hombre de insignificante presencia, que trataba de ocultar tras unos bigotes muy estudiados, como se advierte en un retrato suyo toma- do en 1915 por el fotógrafo alemán N. Noach. Aunque aún no había cumplido los cuarenta años, ya asoma su incipiente calvicie, que registraron fotógrafos como Muro y Díaz Casariego, que le fotogra- fiaron en los salones de su casa, en compañía de la escritora María Lejárraga, con la que se había casado en 1899. De él han quedado numerosos retratos posteriores, en sus días de éxitos, leyendo en
su despacho, en actos públicos, asistiendo a una de las numerosas






























































































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