Page 323 - El rostro de las letras
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      306 TIEMPOS NUEVOS
rriverista por Brangulí, Alejandro Merletti, Roisin y Pérez de Rozas desde los desmontes de Monjuïc, nos muestran la ciudad constelada de humeantes chimeneas, como emblemas de su espectacular desa- rrollo industrial. Por unos años fue Barcelona la capital de los siete pecados capitales, de la alegría arrebatada de los music-hall, el Ca- farnaum en el que anidaban los virtuosos del estraperlo, proxenetas, pistoleros y cocottes. Aquella Barcelona mundana miraba a Madrid con un cierto desdén, desde la atalaya de los escenarios del Kursaal, el Tívoli, el Padró, el Walkiria, el Arnau, el Talía, y el Apolo, que com- petían con la vida sórdida y desgarrada del vecino Barrio Chino, tan mitificado por la jarca de escritores malditos, cautivados –entonces y después–, por su roña y su insolencia.
En aquel ambiente de leyenda que presenció el crepúsculo de la Renaixença y el Modernismo, Barcelona planteó un nuevo urbanis- mo que culminó con la Exposición de 1929, que aportó a la ciudad la urbanización de Monjuïc, la construcción del Estadio Olímpico, el vestíbulo de la Estación de Francia, el teatro Olimpia y el Club
de Natación Barcelona, que venían a corregir el “desorden visual” modernista. De aquellos días nos ha dejado una crónica luminosa Josep Maria de Sagarra en su excelente Vida privada: “Barcelona hervía entonces en un sofrito de grandeza y de sálvese quien pueda. Las fiestas nocturnas de la Exposición eran realmente un sueño, un prodigio que anonadaba a los barceloneses. El hombre de la calle sacaba pecho para que el azul, el verde, el rosa y el misterio de la fuente del Palacio Nacional le salpicasen la corbata de ballets rusos, lágrimas de nereida y espuma ultraterrena”. Demasiado, incluso para una ciudad que, pese a las fulguraciones de un día con las que su Capitán General trataba de acallar el clamor de las clases cultas y trabajadoras, se fue sumando al entusiasmo general que comenzaba a despertar la República.
En el primer tercio del siglo XX coincidieron los grandes literatos que España heredaba del siglo XIX, Echegaray, Benavente, Joan Maragall, Pérez Galdós, Palacio Valdés, Blasco Ibáñez, Emilia Pardo Bazán, Àngel Guimerà, Narcís Oller, Felipe Trigo, Salvador Rueda, Valle-Inclán, Pío Baroja, Azorín, con los miembros de las generacio- nes más jóvenes, como Manuel Abril (1884-1943) Luis Araquistáin (1886-1959), Manuel Azaña (1880-1940), Corpus Barga, los her- manos Francisco (1885-1948), Julio Camba (1882-1962), Cansinos
Más que de escritor, Ricardo León tenía trazas de asesor de banca o secretario de juzgado. Lo mejor que de él dijo Cansinos Assens, es que era falso, engolado y ridícu- lo. Fotografía de autor desconocido. Hacia 1915 (Colección particular)
 




























































































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