Page 265 - El rostro de las letras
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    248 LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
cerrado, sin corbata ni adornos, pantalones descuidados, siempre de negro, barbas de alambre, y unos lentes redondos que le daban un aire como de búho, tal como le representó Bagaría. Ese mismo perfil afilado, de hombre agriado y trazas de misionero seglar es el que encontramos ya en las primeras fotografías de Gombáu, el hombre que más tiempo fue capaz de mantener quieto y callado a don Miguel.
Muerto don Venancio, le retrataron otros fotógrafos de Salamanca, como Cándido Ansede, Ángel Laso, Almaraz y el hijo del maestro, Amalio Gombáu, que heredó el estudio familiar. Cándido Anse-
de (Salamanca, 1889-1970) se acercó a Unamuno con mirada de reportero, más que de retratista. De él son las instantáneas de la llegada de don Miguel del exilio canario, en 1930; de su figura venerable emergiendo entre las piedras solemnes de la Universi- dad; participando en alguna de las tertulias a las que solía acudir hasta que el odio fratricida le enclaustró en su casa familiar en la que permaneció asediado por el frío y la intransigencia, hasta que una congestión cerebral le llevó al sepulcro; o leyendo en su cama, en la imagen quizás más íntima de don Miguel, que se publicó en el semanario Estampa, en 1934. Ángel Laso atrapó su trémula figura, tras el histórico acto celebrado en el Paraninfo de la Universidad el 12 de octubre de 1936, con motivo de la Fiesta de la Raza, en el que mantuvo un duro enfrentamiento verbal con el célebre legionario Millán Astray. Laso y Almaraz registraron también la severidad de su sepelio, que recorrió las calles de Salamanca, desde su domi- cilio de la calle de Bordadores hasta el cementerio del Campo de San Francisco. En una de las fotografías tomada por Laso, se ve el féretro saliendo de la casa a hombros de notorios falangistas, como el tenor Miguel Fleta y los periodistas Antonio Obregón, Salvador Díaz y Víctor de la Serna, mientras algunas personas levantan tí- midamente el brazo, como avergonzadas de su propio gesto. Fue el último acto público en el que, al menos de cuerpo presente, parti- cipó el escritor. Y estuvo a la altura de su prestigio, por más que su boca permaneciese muda.
Si hemos de creerle, nunca se sintió cómodo Unamuno cuando le reclamaban los fotógrafos, pero fingía resignarse, sabiendo como sabía, que las sesiones fotográficas no eran tan largas ni penosas como las de pintores y escultores. Conocía también su condición
CAMPÚA. Retrato de Unamuno retocado en los talleres de diseño de Prensa Gráfica. 1920 (MECD, AGA, Fondo MCSE)
  Miguel de Unamuno Su presen- cia es avasalladora. Todo en él no era cuerpo y alma, sino espíritu y presencia. No medía el tiempo. No tenía compás. Podía estar horas y horas sin dejar de hablar. Eso sí, mientras tanto, fascinaba o se hacía insoportable.
MARÍA ZAMBRANO



























































































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