Page 258 - El rostro de las letras
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LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
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 ni ver. Esta obsesión le llevó más de una vez a tratar de explicarlos, incluso a justificarlos, a veces de una manera directa, otras camufla- do en alguno de sus propios personajes, como el de Luis Murguía, el protagonista de La sensualidad pervertida, que parece un gemelo del Baroja niño y adolescente; o Labarta, el médico que, como él mis- mo, abandona su oficio para regentar una panadería, en Aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox. En su propio espejo debió mi- rarse don Pío para trazar su imagen de persona “de edad indefinible, huraño, sombrío y triste; de hombre pesimista y epicúreo, socarrón y romántico”. “Mis retratos –escribió– han tenido mala suerte. Uno de Casas, a lápiz, creo que está en Barcelona; otro de Picasso, a lápiz, se perdió. Mi amigo el pintor Echevarría, que me había pintado siem- pre gordo y con gabán grueso, a cada réplica que hacía de mí tendía
a pintarme más ancho y más inflado. Yo no protestaba. En cambio, con Valle-Inclán era todo lo contrario”.
De los fotógrafos nada reseñable dijo, ni malo ni bueno. Simple- mente, los ignoró, incluso a Alfonso, que le retrató más de una vez antes y después de la Guerra Civil; o al gran Nicolás Muller, al que
Pío Baroja, ya en sus últimos días, durante su diario paseo en Vera de Bidasoa, junto al caserón de Itxea, en el que pasaba largas horas de trabajo y apartamiento. Fotógrafo desconocido. 1950 (Archivo Fotográfico ABC)
 Pío Baroja De naturaleza más bien bronca, Baroja era honra- do, independiente, sobrio, sincero hasta la impertinencia. No puede quererse a España sin querer a Baroja. Y yo quiero a España.
ALFONSO REYES



























































































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