Page 257 - El rostro de las letras
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    240 LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
 con frecuencia por la casa familiar, invitados casi siempre por su hermano Ricardo y por la mujer de éste, Carmen Monné. El propio Echevarría, del que conocemos media docena de retratos del escri- tor, nos lo ha mostrado tocado por una boina que cubría a medias su docta calva, luciendo una corbata infrecuente en él, la mirada agazapada tras los lentes y las manos gordezuelas sosteniendo unas cuartillas, tal como lo había retratado previamente Moreno, fotógra- fo de pintores y de pinturas más que de escritores.
Baroja no fue persona que se llevase bien con su imagen. No apre- ciaba la fotografía ni el cine, dos lenguajes que nunca entendió. “De un aparato mecánico –escribió–, no podrá salir nunca la impresión de una cosa viva”. En ninguno de sus retratos, ni en los pictóricos ni en los fotográficos, se vio reflejado, quizás por no encontrar en ellos la huella de su interior, que era lo que el escritor más apreciaba de sí mismo, más que su físico de hombre de “final de raza”. La ma- yoría le hacían asomar sus malas pulgas, porque sentía que existía una conspiración universal para mostrarlo como un ser ordinario, mientras que se agrandaba la figura de Valle-Inclán, al que no podía
DÍAZ CASARIEGO. Pío Baroja y Catalina Bárcena durante una de las representaciones teatrales organizadas por el grupo “El Mirlo Blanco”, creado en 1926 por los hermanos Ba- roja y por la mujer de Ricardo, Carmen Monné. 1926 (Real Academia Española)































































































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