Page 256 - El rostro de las letras
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LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
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  sobre su vida y los números especiales editados con ocasión de su muerte, en vísperas de la Guerra Civil. Estas fotografías, junto a otras de Marín, Salazar, Moreno y Santos Yubero, fueron creando la imagen del escritor que ha llegado hasta nosotros, su silueta incon- fundible de manco genial, la barba patriarcal y una sonrisa inocente y malvada a la vez, que era para Rubén Darío “la flor de su figura”. Rivas Cheriff, que tantas horas compartió con Valle en los escenarios y las tertulias teatrales, nos deja adivinar la huella de estos retratos, en una crónica que publicó en El Heraldo de Madrid, el 2 de agosto de 1924: “Cuando el naufragio del 98 llevaba don Ramón el pelo largo y quevedos en cinta. De aquella estampa no queda sino tal o cual fotografía en algún periódico del tiempo, o al frente de alguna edición rara ya. Cuando yo le conocí, el retrato era muy otro. Como muestran las fotografías, se había rapado la cabeza y trocado los que- vedos por gafas, también de concha, aunque seguía usando, eso sí, capa española”. En los años de la dictadura primorriverista ya tenía Valle el pelo blanco y se acercaba a su imagen más conocida, la del hombre de cabeza gris de patriarca, que hubiese sido digno compa- ñero de paseos del conde León Tolstoi.
Gracias al testimonio de la fotografía nos resulta hoy familiar la imagen de Valle-Inclán, deambulando por aquel Madrid absurdo, brillante y hambriento que encontró cuando llegó a la ciudad, en
las postrimerías del siglo XIX. La capital le contempló fascinada, con sus llamativos indumentos, sus ojos tristísimos refugiados tras los lentes de carey, sus melenas aleonadas, su barba de chivo, su brazo impar y sus inmaculados botines de piqué. A los fotógrafos debemos la estampa canónica de don Ramón que ha llegado hasta nosotros, cautivados por su leyenda de persona excepcional e irrepetible, con- tradictoria y arbitraria, de escritor honesto y sin tacha, de ciudadano extravagante y genial, vocacionalmente alegre y condenado a la me- lancolía, “como si sus ojos hubieran contemplado todos los dolores del mundo y para todos tuviera una mirada de piedad y de consuelo”, como escribió su mujer, Josefina Blanco, en uno de los más bellos retratos literarios que nos han quedado del maestro.
Pío Baroja (San Sebastián, 1872-Madrid, 1956) posó también ante la cámara de Moreno, en la sesión realizada en el estudio del pintor Echevarría. Aunque nunca le interesaron gran cosa las teorías esté- ticas, es conocida su cercanía personal con los pintores que pasaban
Julio DUQUE. Pío Baroja en el despacho de su casa madrileña de la calle Mendizábal. 1902 (Archivo Fotográfico ABC)
COMPAÑY. Pío Baroja en los días en que publi- có El mundo es ansí. Esta fotografía se publicó en el semanario Nuevo Mundo, en noviembre de 1912. (MECD, AGA, Fondo MCSE)



























































































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