Page 216 - El rostro de las letras
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ESCRITORES Y FOTÓGRAFOS 199
El sueldo de los periodistas era insuficiente para vivir, ni siquiera con modestia. “Dependientes y administrativos –recordaba Gaziel, en 1910– tenían la suerte de regirse por los sueldos y jornales estable- cidos en sus estamentos. Los redactores, no; eran una gente pobre
y atribulada que para poder atar cabos hacía dos, tres o más oficios [...]. Y todos, especialmente los cargados de mujer e hijos, vivían muy estrechamente o se las arreglaban como podían”. En las víspe- ras de la dictadura de Primo de Rivera, las empresas periodísticas no pagaban más de cien pesetas mensuales a sus redactores, por lo que no era raro que los periodistas tratasen de cobijarse a la sombra de los políticos, que les buscaban un sitio en ayuntamientos, ministerios y otras covachuelas oficiales. Y si mala era su situación, peor aún
era la de los fotógrafos, que apenas contaron en las redacciones hasta la aparición de ABC y El Gráfico, ya en pleno siglo XX. Fue entonces cuando comenzaron a incorporarse los primeros reporteros gráficos que, en puridad, pueden considerarse como tales. La situación no mejoró hasta bien entrado el siglo, en plena dictadura primorriveris- ta, tras la creación de los Comités Paritarios de Prensa (1926), que iniciaron una tímida reglamentación laboral en las redacciones. En 1927, un redactor jefe ganaba en Madrid entre 500 y 700 pesetas mensuales, mientras que los redactores apenas superaban las 300. El estatus laboral de los fotógrafos era aún peor, ya que ni siquie-
ra figuraban en plantilla en las redacciones. Todavía en 1930, sólo Alfonso Sánchez García, avalado por su gran prestigio profesional, tenía contrato de redactor de La Libertad, con un sueldo de cuatro- cientas pesetas mensuales. Pero el caso de Alfonso era excepcional. “El repórter gráfico –escribió Darío Pérez, todavía en 1927– es un obrero oscuro. Sus triunfos suelen ser de gran espectáculo, pero sus provechos morales y materiales parcos. No goza de las prerrogativas de otros trabajadores, no se aprecia debidamente la eficacia de su labor y la suma de sacrificios que representa”.
Buena parte de los problemas de la prensa y de los periodistas se debían a la escasa afición de los españoles por la lectura. De los cerca de trece millones de habitantes que tenía España en 1840, sólo un diez por ciento de la población adulta sabía leer y escribir. El pú- blico potencial de la literatura y el periodismo se reducía a un millón de personas, con lo que la labor de los editores era casi heroica. Según Mesonero Romanos, los escritores de su tiempo debían costearse sus propias ediciones y asistir, impotentes, a la esforzada venta en





























































































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