Page 200 - El rostro de las letras
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EL OJO DE LA HISTORIA
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del semanario y el del propio fotógrafo, sobre todo tras la publicación de estos reportajes en el libro Los salones de Madrid, de Eugenio Ro- dríguez y Ruiz de la Escalera, conocido en el siglo como Monte-Cristo. Valiéndose de un potente flash de magnesio, el maestro danés penetró también en las tertulias literarias, dejándonos imágenes memorables del fin de siglo, como la lectura de Pérez Galdós en el salón de Tolosa Latour (páginas 40-41) y las estampas de la vida íntima de Emilia Pardo Bazán, Juan Valera y José María Pereda.
Los trabajos de Christian Franzen (1863-1923) y Manuel Compañy (1855-1909) marcaron, de alguna manera, las dos sendas iniciadas entonces por los reporteros gráficos españoles, que nunca llega- ron a abandonar del todo el retrato de galería. Mientras Franzen
se acercaba a los salones de la alta sociedad y trataba de reclutar en ellos su clientela, Compañy se sentía más cómodo en la calle, entre las gentes del procomún, comerciantes, artistas, escritores. La diferencia sustancial del trabajo de ambos fotógrafos procede, sin duda, de sus orígenes sociales, sus pretensiones profesionales
y las propias demandas del público heterogéneo que acudía a sus estudios. A Franzen se le podía encontrar en las reuniones aristo- cráticas de la capital, tan generosamente descritas por los cronistas mundanos, como Escobar, Enrique Casal (León Boyd), el marqués de Santo Floro y el ya mentado Monte-Cristo. En aquellos salones de la Monarquía restaurada se hacía presente el fotógrafo, desple- gando su parla insinuante y su talento natural para la seducción y el trato. Su presencia en las veladas sociales se hizo tan asidua que el propio Monte-Cristo llegó a decir que éstas no se iniciaban hasta que Franzen no llegaba pertrechado con sus aparatosas cámaras de fuelle, sus trípodes de madera y el deslumbrante –en todos
los sentidos– flash de magnesio con el que consiguió registrar la imagen de los palacios, los casinos, las redacciones de prensa y las proyecciones de la flamante Real Sociedad Fotográfica de Madrid. En los salones reclutaba el fotógrafo danés a su clientela entre los elegantes de la corte, especialmente las señoras a las que retrataba en su célebre Sillón, un alto sitial gótico que ocupaba el lugar más visible de su estudio. Su truco era simple. Agustín de Figueroa, marqués de Santo Floro, nos lo ha descrito de primera mano: “Las señoras se retratan allí luciendo galas aparatosas sobre los pelda- ños de la escalinata. La cola, sabiamente dispuesta, ocultando los pies y desplegada sobre las gradas, prolonga indefinidamente la
Portada del primer número del semanario ilustrado Blanco y Negro. 10 de mayo de 1891 (Archivo Monasor)
 


























































































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