Page 153 - El rostro de las letras
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    136 EN LA FRONTERA DE LOS SIGLOS
burguesa de Barcelona, sino que se destruían de paso las murallas que asfixiaban la ciudad y los corsés urbanísticos y administrativos impuestos por lo que era percibido entonces por los barceloneses como un centralismo insensible y jactancioso.
La Exposición Universal de 1888 culminó el proceso de transforma- ción urbana y social de la ciudad capitaneado por el alcalde Rius i Taulet, el presidente del Ateneo Manuel Durán i Bas y otros patrones políticos, empresariales y culturales de la Renaixença que levantaron la nueva ciudad soñada por Gaudí y los modernistas, a medio camino entre los delirios de Mosén Verdaguer y el pragmatismo catalanista de Prat de la Riba y Cambó. Así fueron naciendo los emblemas urbanís- ticos de la nueva Barcelona, la bien plantá de Eugenio d’Ors, la ciudad que late en las páginas de La febre d’or, del olvidado Narcis Oller, en las memorias de Josep María de Sagarra y Josep Pla, y tan bien descri- ta después por Eduardo Mendoza y Juan Miñana. En aquella Barce- lona burguesa y menestral se fue aposentando una nutrida tropa de promotores, logreros, matones, ingenieros, mantenidas, delincuentes de todas las escuderías y apóstoles sindicales que predicaban la frater- nidad universal entre los miles de charnegos que la ciudad precisaba para levantar sus nuevos y arrogantes edificios y hacer funcionar las cerca de siete mil fábricas que exhibían sus orgullosas torres de ladri- llo, como la enseña de una prosperidad construida por los altaneros capitanes de industria. Era la Barcelona que, según los datos oficiales, en el umbral del siglo xx daba de comer a más de 500 abogados y 181 procuradores, se iluminaba con 18.000 farolas, superaba la cifra de tres mil teléfonos, consumía veinte millones de kilos de carne al año y en la que se concentraba la sexta parte de librerías de toda España.
La nueva Barcelona acabó de dibujarse en los días postreros del siglo. Nacieron entonces las grandes avenidas como la del marqués del Duero, trazada sobre la ruta que marcaban las boñigas de las mulas que arrastraban los temblorosos tranvías de la línea de Sants hasta el Puerto, sobre las ruinas de la histórica taberna del Parale- lo, que acabaría dando su nombre a aquel paraíso de la sicalipsis, como una imitación provinciana de Pigalle. Era la nueva Barcelona de los escenarios rutilantes y canallas, las emergentes atracciones del music-hall, las ejecuciones públicas que aún concitaban la mor- bosa curiosidad de los barceloneses de siempre y los sobrevenidos, como la de Silvestre Luis, el del célebre crimen de la calle del Parla-
El globo cautivo ha quedado como uno de los emblemas de la Exposición Internacional de 1888, que culminó el proceso de transforma- ción urbanística de Barcelona. Fotografía de Antonio ESPLUGAS. (Colección particular)
 





























































































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