Page 152 - El rostro de las letras
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EN LA FRONTERA DE LOS SIGLOS
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sarcástica, entre sabihonda y chabacana, había dejado su sello
en una ciudad que fluctuaba entre la languidez provinciana y sus primeros brotes de modernidad, con sus quinqués de petróleo y los flecos de la cultura romántica de Piferrer, Llorens i Barba y un mendicante Altadill, al que no pocas veces despertaron las esquilas de las burras de leche en los soportales de la Plaza Real. En 1861, el año en que nació Rusiñol, en la ciudad apenas vivían trescientas mil personas y la calle Princesa era como la actual Diagonal. “La vida –ha escrito Pla– era un poco linfática, intrínsecamente me- diocre, muy familiar: los bailes, los juegos de sociedad y las fiestas religiosas y familiares tenían una meliflua puerilidad de mermela- da”. Trazado a golpe de compás y cartabón, el Ensanche se convir- tió en una de las primeras muestras del optimismo burgués, que coincidió con el arrebato catalanista, nacido de una costilla de la Renaixença. Con el Ensanche no sólo se construía la nueva zona
El Paseo de Gracia fue el símbolo del En- sanche de Barcelona, que coincidió con el arrebato catalanista y burgués. Fotografía de J. MARTÍ. Hacia 1870 (Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona)
 





























































































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