Page 63 - Perú indígena y virreinal
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En el período de Desarrollos Regionales o Intermedio Temprano aparece el uso del molde, lo que deri- varía en una especie de fabricación en serie. Los moldes eran de arcilla cocida, confeccionándose una vasija con dos moldes complementarios que se separaban cuando la pasta se había secado y se acababa la pieza cuida- dosamente a mano. El uso del molde es característico del norte de Perú, debido a la proximidad de Ecuador, y fue muy común, por ejemplo, en la cerámica moche y en la posterior cultura chimú. Pero los moches combi- naron el moldeado con el posterior modelado, consiguiendo un realismo impresionante.
Una vez formada la vasija, la superficie se alisaba e igualaba, y tras el secado al sol, solía engobarse —aplicación de un baño de arcilla coloreada muy diluida— y podía después pulirse con ayuda de diversos obje- tos para lograr un brillo particular. Era entonces el momento de aplicar la decoración pintada, si la había. Los colores eran de origen mineral o vegetal y la pintura se aplicaba con ayuda de un pincel, delineando primero los diseños en negro u otros colores, y rellenando después el interior, siempre con colores planos. En algunos estilos, como paracas o pucará, los diseños se remarcaban con incisiones.
Una técnica especial de decoración, que podemos ver en las cerámicas salinar, virú o recuay, es la lla- mada de resistencia o pintura «negativa». Consiste en aplicar sobre la superficie de la vasija un material resis- tente según los diseños que se desean obtener y, tras el engobado de la pieza, retirar dicho material, apare- ciendo los motivos decorativos en negativo.
La cocción fijaba los colores y según el proceso seguido se contribuía con ella a la decoración. La cocción oxidante, es decir, que permite la entrada de oxígeno durante el proceso, produce una cerámica de color rojo. La cocción reductora impide la entrada de aire y da como resultado una característica cerámica de color negro que unida a un cuidadoso pulimento ofrece un acabado brillante muy llamativo. La cerámica negra es muy caracte- rística de Chavín y Cupisnique en el período Formativo, y de Sicán y Chimú en el período de Estados Regionales.
Muchas de las formas de la cerámica peruana son comunes también en otras áreas culturales, como los cuencos, vasos, tazones, platos o cántaros, denominaciones que nos remiten a una cerámica utilitaria, a la «vaji- lla doméstica», y que se hacen presentes desde el Formativo Temprano, cuando la técnica de la cerámica hace su aparición en Perú, hasta el momento de la conquista. Esas formas no se limitan a las vasijas de uso doméstico, sino que pasarán también a la cerámica suntuaria y podrán convertirse en soportes de una compleja decoración. Ejemplos de éstas los podemos encontrar en Chavín o en Paracas, pero que se mantienen también en períodos posteriores, como en el caso de la cerámica nasca, y en tiempos aún más tardíos, como en la cerámica chancay.
En algunos casos las formas se modifican para ofrecer un mejor soporte decorativo, perdiendo prácticamente su funcionalidad. Es el caso, por ejemplo, de los grandes platos moche, de gigantescos bordes abiertos sobre los que la decoración se desarrolla en forma de una amplia banda. O aparecerán nuevas funciones, como la de los delicados platos de ofrendas incas, los pucus, circulares, muy poco profundos y con un asa-mango que remata en una cabeza de animal, generalmente un ave. O la función determinará la forma, el tamaño en este caso, como el de las vasijas en miniatura incas, depositadas como ofrendas en las elevadas cimas de los Andes, los llamados santuarios de altura.
En otros casos aparecen variaciones propias de esas tradicionales formas, tal es el caso del kero, vaso o cubilete de base plana y paredes ligeramente convexas, tipo afortunado y muy característico de la cerámica inca, hasta el punto de que, traducido a la madera, se continuará realizando en la época colonial, pero que ya aparece en la cerámica tiwanaku y continúa en Wari. En otros casos y al margen de la decoración añadida, puede encon- trarse un fuerte componente estético en el propio juego de la forma, llevada a sus últimos extremos, como en el caso de los estilizados vasos kero tiwanakotas, acampanados al máximo y sustentados sobre una base inverosímil.
Fig. 1 Vasija antropomorfa chancay, 900-1400 d. C., Barcelona, Museo Etnológico (138-737)
Fig. 2 Kero wari, 500-900 d. C., Barcelona, Museo Barbier Müeller (532-57)
[ 70 ] EMMA SÁNCHEZ MONTAÑÉS