Page 108 - Perú indígena y virreinal
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  mayor ostentación. Ya el viajero Carletti, en 1595, anotaba en su obra Razonamientos de mi viaje alrededor del mun- do, lo que parecía algo común entre la población limeña: la sobreabundancia de plata, tanta que, por ejemplo, los comerciantes la acumulaban y guardaban celosamente y cuando tenían «atesoradas 300 ó 400 barras de plata, solían apilarlas y tras extender un colchón sobre ellas, se valían de este soporte como yacija [lecho]». El mismo inca Garcilaso de la Vega, testigo de privilegio, escribiría abrumado: «Las minas prometen tanta riqueza que, a pocos años que se labren, valdrá más el hierro que la plata. Este pronóstico vi yo cumplido los años de mil y qui- nientos y cincuenta y cuatro y cinquenta y cinco» (Comentarios reales... de los Incas, 1609).
Prácticamente en paralelo a la extracción minera se fue desarrollando el arte de la platería, y tanto la población española como la indígena comenzaron a demandar objetos de plata una vez fundadas y consolida- das las ciudades más importantes como Cuzco (1534), Lima (1535), Arequipa (1540) o Potosí (1561), aunque bien es verdad que hasta que no se superó la difícil etapa de las guerras civiles y llegó la pacificación del territorio bajo el gobierno del virrey Toledo (1570) este arte no tomó la fuerza y el desarrollo que tan brillantemente man- tuvo hasta finales del siglo XVIII y en algunos centros, como en Arequipa, hasta alcanzar los umbrales de la inde- pendencia. Poco a poco irán surgiendo, además, otras platerías a lo largo y ancho del Perú virreinal, destacan- do las de Trujillo, Huánuco, Huamanga (Ayacucho) o Puno, y en el Alto Perú las de La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Oruro o Chuquisaca (Sucre), y también las formadas en las misiones jesuíticas de Moxos y Chiquitos.
De todos estos centros plateros se distinguieron por su singularidad y papel en la difusión de la estética surgida entre la nueva sociedad, Lima, que al ser la capital y el corazón del virreinato las novedades (herederas en muchos casos de los flujos españoles, aunque más tarde también se dejaría llevar por los asiáticos) aparecían antes que en ninguna otra parte del territorio y donde la opulencia de su corte marcaba no sólo a sus habitantes, sino que servía de espejo para el resto de la población peruana que ponía sus ojos en los aconteceres capitalinos; y Cuzco, que aunó la fuerte tradición prehispánica de su población inca a las nuevas directrices implantadas por los españoles, dando lugar a una platería verdaderamente original que sirvió no sólo para atender la demanda de la ciudad y su valle, sino que tuvo mayor alcance al desempeñar la función de foco centrífugo dejando sentir su impacto hasta las tierras del lago Titicaca. También Arequipa, mostrará una fuerte personalidad y prestigio siendo, sin duda, el centro platero surandino más destacado y mejor estudiado del Perú, teniendo sus platerías una extra- ordinaria capacidad técnica y artística, y jugando el papel de «bisagra» con los centros de Puno y La Paz.
Que la sociedad peruana trató de emular y recrear los acontecimientos y vida de la metrópoli es un hecho ya sabido, lo mismo que era lógico que desde ésta se transfiriera al Perú la experiencia artística y los conceptos estéti- cos que sucesivamente iban surgiendo en ella, de ahí que «nuestras» corrientes estilísticas se vean reflejadas, con mayor o menor sincronía, en las obras peruanas, pero lo que debe quedar muy claro es que la platería peruana no tiene por qué ser sincrónica con nuestros tiempos europeos, que le son ajenos, y por tanto no merece que se la cali- fique cómo anacrónica, porque es intemporal. En unos centros u otros, el mundo religioso y el profano fueron adap- tando y creando las estructuras formales herederas de lo español hasta conseguir modelos peculiares y únicos del mundo peruano, y si bien es verdad que las piezas religiosas por su propia función y carácter tenían que responder en lo sustancial a los tipos preestablecidos y, por tanto, manifestarse mucho más conservadoras que las de la pla- tería civil, donde era más permisivo introducir novedades, tanto en lo estructural como en lo decorativo, y especial- mente a partir del gobierno de los Borbones, verdaderos introductores de los gustos franceses.
Muchas y muy excepcionales piezas se labraron para el culto y las ceremonias religiosas en todo el Perú, pero de ellas destacaríamos los frontales de altar y las custodias de mano. Los primeros permiten, sobre todo en
 Fig. 1 Templete del Corpus, 1731, acompañado por candeleros, braseros, faroles y un frontal, siglos XVII y XVIII, Cuzco, catedral
 Fig. 2 Anónimo arequipeño, custodia portátil adornada con diamantes, rubíes, esmeraldas, amatistas
y esmaltes, ca. 1742, Arequipa, convento de Santa Rosa
  LA FORTUNA DEL PERÚ: LA PLATA Y LA PLATERÍA VIRREINAL [ 115 ]


























































































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