Page 104 - Perú indígena y virreinal
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de Contreras y su cajista» y «Oficiales prensistas en la imprenta de José de Contreras», en José de Buendía, Parentación real ... de Carlos II..., 1701, Lima, Biblioteca Nacional del Perú
En el capítulo de delitos no pueden pasarse por alto los duelos y cuchilladas aun en sagrado, los lances de honor ventilados en los ambientes del Cabildo, los alevosos ataques nocturnos, las venganzas por celos, tósigos suministrados por esclavos a sus amos, dejar cosido de puñaladas a un cómplice por «deslenguado».
APOGEO DE LA CULTURA
A la prosperidad económica —el índice del costo de vida se incrementó durante el siglo alrededor del 30%— no pudo sustraerse el auge de la producción literaria, científica y suntuaria.
El patrimonio de obras artísticas de que puede ufanarse Lima se atesoró sobre todo en el siglo XVII. Sen- taron las bases de la escuela pictórica local tres maestros italianos: Mateo Pérez de Alessio (de cuya mano que- dan pinceladas en la Capilla Sixtina y en la catedral de Sevilla), el hermano Bernardo Bitti de la Compañía de Jesús y, por último, Pedro Pablo Morón, difusores del manierismo. Sobrevino posteriormente el período jamás superado de la pródiga importación de piezas únicas en su género, entre las cuales no pocas procedían de con- tratos expresos cursados desde Lima, como el retablo de San Juan Bautista (hoy en la catedral) encargado por el convento de la Concepción, o la talla enviada al convento de los franciscanos, el primero de la gubia de Mar- tínez Montañés, y la segunda obra de Gregorio Hernández. Entre los imagineros locales —dignos continuado- res de la escuela sevillana— no puede echarse en olvido los nombres de Martín Alonso de Mesa, de Pedro Noguera —cuya obra maestra, la sillería del coro de la catedral, es joya del templo—, de Juan Martínez de Arro- na y de Diego Agnes.
Lienzos firmados por Zurbarán, Murillo, Valdés Leal y el flamenco Simón de Vos, decoraban los muros de iglesias y claustros. Un hijo del pintor de cámara de Felipe II, Sánchez Coello, gozó de prestigio en Lima como miniaturista. La escuela pictórica local contó entre los virtuosos más renombrados a Leonardo Jaramillo, a Francisco Bejarano, al mercader fray Cristóbal Caballero y hasta a
una pintora, Juana Valera.
En conformidad con la tradición, la Universidad de San Marcos era el crisol del
saber; a ella acudían desde los más distantes lugares del virreinato.
La Lima del siglo XVII puede legítimamente enorgullecerse por el florecimiento de
la literatura. A cimentarla contribuyó la importación —comprobada por las listas de los libreros— de libros de caballerías, de novelas del género picaresco (Guzmán de Alfare- che, El Buscón, La pícara Justina...) y como florón, una copiosa partida de ejemplares de la edición príncipe de El Quijote. La nómina de escritores que hallaron en Lima ambien- te privilegiado para desarrollar su ingenio cuenta entre las figuras más conspicuas a Die- go Mexía de Fernangil, traductor de Ovidio, a Juan de Miramontes y Zuazola (Armas antárticas), al ya mentado fray Diego de Hojeda, a Amarilis (¿María de Rojas y Garay?), que envió una epístola en verso a Lope de Vega, al jesuita padre Rodrigo de Valdés, autor de un poema que tiene la originalidad de poderse leer a un tiempo en latín y en español y, por último, en las postrimerías de la centuria, la musa satírica de Juan del Valle Cavie- des se ensañó con los médicos.
Entre los intelectuales de fuste cabe mencionar al naturalista padre Bernabé Cobo, al teólogo jesuita Juan Pérez de Menacho, cuya fama se dilató hasta la Universidad de la
«El impresor limeño José
LIMA EN EL SIGLO XVII [ 111 ]