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 La Escena de los TíterEs
PALABRAS DE UN FARSANTE
Jamas dejé, cuando era niño, la víspera del día de Reyes, mis zapatitos en el bal- cón. Debía de tener entonces un instintivo sentido práctico, que habré perdido con la edad y se me antojaba pequeño continente el de un zapato para el magno contenido del regio regalo celestial que soñaba mi fantasía. Apreciaba las cosas más por el tamaño que por la calidad, y así hube de manifestárselo con mi media lengua a mi buen padre, mi verdadero Rey Mago, a quien suplicaba que interce- diese en el cielo para que depositaran sobre la amplia cómoda de mi dormitorio un regalo bien grande. Casi siempre eran muñecas, una pepona enorme, de mi talla, de rubios rizos y de claros ojos, con la que al día siguiente celebraba con todo aparato, y muy en serio, una parodia de ceremonia nupcial. Mi hermanita, que se llamaba Mercedes, se revestía con una casulla de papel para bendecirnos; luego sonaba un organillo, servían dulces, y más tarde yo despintaba a besos ino- centes la roja boca de biscuit de la amada inmóvil. Tenía la manía matrirnoniesca, y era muy celoso de mis muñecas. También he ido perdiendo con la edad esta afición al matrimonio. Ya no son de biscuit las muñecas que amo, aunque algunas se despinten como si lo fueran, y no tengo ningún interés en ejercer sobre ellas mi derecho de propiedad. Es más, prefiero las muñecas prestadas.
El alba de un día de Reyes, hace ya mucho tiempo, y era en mi paterno nápo- les, la ciudad donde transcurrió mi infancia, mis ojos, insomnes por la ansiedad, descubrieron en la semipenumbra violeta y rosada que inundaba la estancia las líneas arquitectónicas de un teatro de madera y cartón pintadas, alto, casi un me-
LAS MARIOnETAS DE IVO PuHOnnY. PERSOnAL DE LA COMPAñíA.
EL MéDICO Y EL EnFERMO
tro, pero que tenía en pe- queño todos los atributos de aquel gran teatro San Carlos, del que mi padre era empresario, donde rivalizaban todas las no- ches los suspiros celes- tiales de Julián Gayarre y los alaridos metálicos de Francisco Tamagno. Ya no me acuerdo de las vo- ces de esos grandes teno- res -que solían regalarme pelotas de goma y solda- ditos de plomo-; pero no he podido olvidarme de mi primer teatro de mu- ñecos, que despertó para siempre en mí la afición al oficio que malamente voy cumpliendo para medio vivir. Dós columnas co- rintias, ahora lo sabe mi recuerdo, erguíanse a los lados de la boca escénica, y en lo alto lloraba y ru- gía la carátula de Esquilo y reía burlona la máscara de Aristófanes. Tenía mu- chas decoraciones y mas de cien títeres de todas clases y de todas las épo- cas. no eran solo Pierrot y Colombina, blancos de luna, y Arlequín colorea- do, y Polichinela francés de la doble joroba; esta- ban también el Pulcinella italiano, Pulcinella nacca- ronaro, con su negro an-
tifaz, su narizota grotesca y su gorro de dormir, y hadas y brujas, y duendes y gigantes, y guerreros y pajes, y los títeres del tea- tro peruano de que me hablaba mi hermanita (el negro Perote, tío Silverio y el cura predicador), y aquellos muñecos cabe- zudos que yo había visto vapulearse de lo lindo en los guignols de París, en los Jardines de lasTulle- rías, y un doctor Fausto de nevadas barbas, y un Hamlet negro y dorado como un féretro, y un rojo Mefistófeles y Almaviva y Don Bartolo, y hasta un sabio Doctor de Molière con su enorme lavativa de latón.
COMEDIA RúSTICA
Mi institutriz y maestra de francés, rubia y pre- ciosa como mis muñecas, traducía al italiano para mi teatro, alguna de las cien comedias que escri- bió Jorge Sand, enamora- da del aire popular y de leyenda, de la poesía, de la fantasía pura que hay en teatro con muñecos, “movidos por groseros hilos, visibles a poca luz y
COMEDIA ORIEnTAL
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