Page 54 - El poder del pasado. 150 años de arqueología en España
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güedades (JSEA), como organismo encargado de su aplicación en el ámbito nacional y que complementó la labor de la Inspección General Administrativa de Mo- numentos Artísticos e Históricos (Real Decreto de 8 de julio de 1910), que se había creado el año anterior en el seno del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Ar- tes. La creación de la JSEA sustituyó el protagonismo que habían tenido hasta entonces las Reales Academias de Bellas Artes y de la Historia y si bien muchos de sus miembros eran académicos, procedían especialmente del campo universitario y de los museos. La junta estaba formada por seis miembros, siendo el primer director Antonio Gimeno, exministro de Instrucción Pública, y siendo vocales el artista Mariano Benlliure, el director de la sección de Arte del Centro de Estudios Históricos de la JAE, Elías Tormo, y los marqueses de Comillas, de la Vega Inclán y de Cerralbo, que dirigirá la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, creada ese mismo año 1912. En el año 1917 se ampliaron sus fun- ciones con las dispuestas en la Ley de 4 de marzo de 1915 sobre la conservación de Monumentos Artísticos e His- tóricos y se ampliaron asimismo sus miembros a doce, incorporando entre otros a Manuel Gómez-Moreno, Francisco de Paula Álvarez-Ossorio (entonces conser- vador del Museo Arqueológico Nacional y más tarde su director) y al arquitecto Vicente Lampérez.
La JSEA funcionará hasta que en el marco de la Se- gunda República española sus atribuciones sean asumi- das en 1933 por una Junta de Defensa del Tesoro Artísti- co Nacional. Durante su período de existencia la JSEA llevará a cabo el control de la arqueología oficial en Espa- ña, incluyendo tanto la aprobación de solicitudes de ex- cavaciones como la concesión de subvenciones públicas, así como la edición de los informes y memorias científi- cas que obligatoriamente los beneficiados tenían que presentar. El texto plantea la necesidad de desarrollar los trabajos arqueológicos con un método científico, me- diante remociones de tierra «deliberadas y metódicas», con capacidad de anulación del permiso concedido en caso de una mala práctica arqueológica (art. 23 del regla- mento), si bien ello no quiere decir que se llevaran a cabo excavaciones estratigráficas en el sentido actual. Sin em- bargo, sorprende que los directores españoles de aque- llas intervenciones autorizadas y subvencionadas por el Estado pasaban a ser propietarios de las piezas arqueoló- gicas recuperadas (art. 15), y que incluso los directores de nacionalidad extranjera podían sacar del país los mate- riales que no fueran «únicos», sino que estuvieran «du- plicados» (art. 19), en un concepto ciertamente ambiguo en su interpretación. Finalmente la JSEA nombraba una serie de inspectores de las excavaciones, que debían ser académicos, o del cuerpo facultativo de archiveros, bi- bliotecarios y arqueólogos, o jefe de museo o catedrático de universidad o de otro cuerpo docente con asignaturas relacionadas con la arqueología (art. 40).
Las universidades y la Junta de Ampliación de Estudios
Los otros dos pilares en los que se fundamentó el re- generacionismo arqueológico en España tienen una cronología anterior a 1912, si bien sus actuaciones marcaron todo el período en lo referente al ámbito universitario y la fase anterior a la Guerra Civil en el caso de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE). Así, en primer lugar, debe destacarse la reforma docente que ocasionó, en 1900, que la enseñanza arqueológica se incorporara de manera ya definitiva a la universi- dad, alejándose de la Escuela Superior de Diplomáti- ca, en donde se había impartido durante los últimos decenios del siglo XIX junto a otras disciplinas afines, como la Epigrafía y la Numismática. El nuevo siglo trajo nuevos aires al entendimiento de lo que debía ser la educación superior, derivados en parte de expe- riencias como las de la Institución Libre de Enseñan- za. El mismo Francisco Giner de los Ríos propuso en el año 1902 la autonomía de las universidades para programar los planes de estudio dentro de un marco general, aunque ello no se llevó a la práctica y las prin- cipales innovaciones afectaron a la Universidad Cen- tral de Madrid, la única institución universitaria espa- ñola donde se podían cursar estudios de doctorado hasta aquel momento.
Fue en la Universidad Central donde se creó, en 1900, la primera cátedra universitaria de Arqueolo- gía, Epigrafía y Numismática que fue ocupada por Juan Catalina García (1845-1911), catedrático de esta misma materia en la extinta Escuela Superior de Diplomática. A su muerte fue seguido en la cátedra por José Ramón Mélida Alinari (1856-1933), reputado arqueólogo que se había formado en la Escuela Superior de Diplomática y que simultaneó el desempeño de la cátedra con la di- rección del Museo Arqueológico Nacional entre los años 1916 y 1930. Finalmente, le sucederá a su vez Anto- nio García y Bellido (1903-1972), quien desarrolla la ar- queología clásica en España a lo largo de todo el perío- do que estudiamos, como se dirá.
En este período anterior a la Guerra Civil se dota- rán cátedras de Arqueología, Epigrafía y Numismática en las Universidades de Valencia (1904), Barcelona (1914) y Valladolid (1925). En otros casos los estudios de carácter arqueológico se vincularon a cátedras no es- pecíficas, como ocurre en el caso de las cátedras de Historia Antigua y Media o de Historia del Arte. Por otra parte, la Prehistoria, que había empezado a ense- ñar Hernández-Pacheco en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, en 1922 pasó, tras un conside- rable conflicto universitario, a impartirse formalmente en la de Filosofía y Letras. La nueva cátedra, llamada de Historia Primitiva del Hombre, fue ocupada, hasta el año 1936, por el sacerdote alemán Hugo Obermaier (1877-1946) (Mederos 2010-2011).
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