Page 25 - El poder del pasado. 150 años de arqueología en España
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La etapa pionera de la
arqueología española
( 1867-1912 )
Mariano Ayarzagüena Sanz. Universidad de Castilla La Mancha y SEHA Jesús Salas Álvarez. Universidad Complutense de Madrid y SEHA
Se fija la fecha de 1859 como el del naci- miento de la Ciencia prehistórica. De la misma forma que pasó con otras disci- plinas que surgieron en los siglos XVIII y XIX, como la Geología y la Paleontología, previamente se habían realizado impor- tantes avances y descubrimientos para
que ese reconocimiento tuviera lugar. En el caso de la Prehistoria, las importantes aportaciones previas de McEnery, Buckland, Schmerling [ fig. 1 ], Boucher de Perthes, Eduardo Lartet [fig. 2] y un largo etc., en los dos primeros tercios del siglo XIX facilitaron que la Prehistoria fuese admitida en asociaciones científicas y museos, pues ya en 1859 tenía suficientes argumentos y apoyos para ser reconocida por la comunidad cientí- fica europea. Pero la Prehistoria tendría un nacimiento más problemático que otras disciplinas científicas, pues entre sus objeto de estudio se encuentra el origen del ser humano, lo que dio lugar al enfrentamiento de dos visiones antitéticas: la que hasta esos momentos se asumía, dando al ser humano un origen divino, y la que ahora se proponía, que el ser humano era fruto de la evolución desde otros seres inferiores. Por supuesto, entre ambas posturas había otras que trataban de con- ciliar ambas, como fue el caso de Juan Vilanova, y que en un principio fueron combatidas, tanto por los crea- cionistas como por los darwinistas.
Para que la Prehistoria se consolidara se necesita- ba demostrar la alta antigüedad del ser humano y que este había coexistido con animales ya extinguidos, lo que Cuvier, el padre de la Paleontología, y diluvialista convencido, había planteado como imposible. La prue- ba definitiva se aportó tras los trabajos de William Pen- gelly en sus excavaciones en la Cueva de Brixham, en Devon (1858-1859), que motivó la creación de una co- misión de la British Geological Society en la que se en- contraba Hugh Falconer. Esta comisión trabajó entre 1858 y 1859 demostrando la existencia de herramientas de sílex en el mismo nivel que se encontraban huesos
de animales extintos no solo en dicha cueva, sino tam- bién en Abbeville gracias a los trabajos y descubrimien- tos que Boucher de Perthes estaba llevando a cabo.
Tras el reconocimiento de la British Geological So- ciety vino el de la Royal Society por parte inglesa, y el de la Académie des Sciences por parte francesa, todo en el mismo año de 1859. Por supuesto, no resultó ajena la formulación del darwinismo en 1858 y la publicación del Origen de las especies en 1859. De esta forma, a partir de 1860 la Prehistoria tuvo un desarrollo espectacular, tanto que aún no había terminado la década cuando Mortillet en 1869 ya podía establecer una clasificación de las culturas materiales del Paleolítico, siguiendo el modelo geológico de estaciones-tipo, de Achelense, Musteriense, Solutrense y Magdaleniense que, matiza- da y ampliada, ha llegado hasta nuestros días.
La consolidación de la Prehistoria como discipli- na científica se plasmó en la puesta en marcha de insti- tuciones especializadas, las cuales vieron la luz por pri- mera vez en Francia y permitieron la formación y estructuración de una comunidad científica especiali- zada, que ya no practicaba excavaciones por puro di- vertimento, afición y al margen de las investigaciones oficiales, sino que estas eran llevadas a cabo de una for- ma profesional, en el marco de unas instituciones que se ocupaban de los estudios prehistóricos.
En su nacimiento, la Prehistoria recibió aporta- ciones de otras ramas, especialmente de las Ciencias Naturales, mayoritariamente procedentes de la Geolo- gía y Paleontología, y también médicos y farmacéuti- cos ; así como ingenieros, sociólogos, historiadores, historiadores del arte, antropólogos, periodistas e, in- cluso, clérigos. En esos momentos, y durante todo el siglo XIX, la Prehistoria estaba teóricamente marcada por un empirismo positivista, aunque en realidad pesa- ba mucho más la ideología de los investigadores que los datos que efectivamente aportaban las excavaciones arqueológicas. Se trataba de ajustar los resultados a la ideología de los investigadores.
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