Page 23 - El poder del pasado. 150 años de arqueología en España
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trados con grabados, las Antichità di Ercolano esposte (1757-1792). Otra empresa de la misma época fue el estu- dio de los templos dóricos de Paestum, redescubiertos con motivo de las obras para la construcción de una cal- zada entre Nápoles y el sur del Reino, causando el asombro de viajeros y anticuarios y desencadenando un intenso debate entre los académicos de toda Europa so- bre la arquitectura griega.
El segundo escenario es América. La arqueología en los virreinatos americanos se desarrolla en la segun- da mitad del siglo XVIII, precisamente gracias a la expe- riencia adquirida en Nápoles y siguiendo las Instruccio- nes de Ensenada de 1752. Las ruinas de la ciudad maya de Palenque (Guatemala), conocidas desde el siglo XVI, empezaron a ser estudiadas (y se conserva abundante documentación y dibujos) desde que en 1745 Antonio de Solís descubriera el conjunto de edificios en el lugar co- nocido con el significativo topónimo de «Casas de Pie- dra». El informe oficial redactado en 1784 por José An- tonio Calderón, teniente de alcalde mayor de Palenque, decía que aquellas ruinas tan imponentes y perfectas eran dignas de conservarse y cuidarse por «el honor de la Nación», ya que los constructores tenían que haber sido romanos o cartagineses o españoles huidos de los moros [fig. 9]. Los ilustrados del Nuevo Mundo partici- paron también en el debate sobre el valor de la historia y la cultura nacional esgrimiendo la antigüedad y grado de civilización de las poblaciones de México y Perú; uno de ellos, el jesuita Francisco Xavier Clavijero, las com- paraba con la Grecia y la Roma clásicas, anticipándose al pensamiento de Wilhelm von Humboldt. Al mismo tiempo se desarrolla un coleccionismo de piezas ameri- canas, con envíos de piezas modernas o bien halladas en enterramientos antiguos. Estos objetos no se deposi- taron en la colección real ni en la Academia de la Histo- ria, sino en el Real Gabinete de Historia Natural, funda- do en 1771-1774, al igual que se hacía con la mayoría de los hallados en la península.
Pese al éxito de la experiencia napolitana, al acce- der al trono español Carlos III no mostró interés por la arqueología del país, frustrando las esperanzas de anti- cuarios como Antonio Ponz, quien proponía excavar en ciudades antiguas con importantes restos visibles como Mérida, «la Herculano de España». En cambio su hijo, Carlos IV, sí impulsó trabajos arqueológicos en Mérida y otros lugares; a él se debe, además, la primera ley española para la protección de las antigüedades, in- cluida en la Real Cédula promulgada el 6 de julio de 1803.
La primera mitad del siglo XIX presenta un pano- rama oscuro para la arqueología y el patrimonio en ge- neral debido a varios factores. Por un lado, las empre- sas y proyectos anticuarios iniciados por los ilustrados son interrumpidas por los conflictos ya mencionados, como la Guerra de la Independencia y la primera gue-
rra carlista, que además acarrearon la destrucción o saqueo de bibliotecas, obras de arte y antigüedades por los ejércitos contendientes. A esto se añade la desapa- rición por prisión o muerte o por el exilio exterior e in- terior de muchos intelectuales y académicos liberales durante el reinado absolutista de Fernando VII. La Desamortización de Mendizábal en 1835-1836 tuvo consecuencias inesperadas y muy negativas para los bienes artísticos del país, que fueron destruidos o mal- vendidos a coleccionistas españoles y extranjeros. Fue- ron años de expolio del patrimonio nacional por anti- cuarios, marchantes y viajeros como Alexandre de Laborde —quien por otra parte nos dejó su valioso Vo- yage pittoresque et historique de l’Espagne (París 1806- 1820)— o el Barón Taylor, enviado por Luis Felipe de Orléans con ese propósito y sobre cuyas intenciones advirtió públicamente en la prensa Mariano José de Larra.
Pero al tiempo que tenía lugar esta catástrofe pa- trimonial se fue activando lentamente la conciencia de valoración de nuestros monumentos, que eclosionó a finales de la década de 1830 gracias a la imitación de iniciativas francesas. La revista El Artista fue la prime- ra en impulsar la realización de inventarios, dibujos y descripciones de monumentos como forma de salvar o conservar, al menos en imágenes (grabados, litogra- fías), el patrimonio perdido o en peligro. Consecuencia de esta preocupación fue la publicación de series como Recuerdos y bellezas de España (1839-1865), de Francis- co Javier Parcerisa, Pablo Piferrer y José María Qua- drado ; los Monumentos Arquitectónicos de España (1852-1881), empresa de la Real Academia de Bellas Ar- tes de San Fernando y de la Escuela Especial de Arqui- tectura de Madrid [fig. 10]; la España Artística y Monu- mental (1842) de Patricio de la Escosura, Jenaro Pérez Villaamil, Valentín Carderera y Valeriano Domínguez Bécquer, etc. En este mismo ambiente surgieron las primeras instituciones de protección del patrimonio, también siguiendo el modelo francés nacido tras la Re- volución: en 1844 se crearon las Comisiones Provincia- les de Monumentos Históricos y Artísticos y los mu- seos provinciales; en 1856 la Escuela Superior de Diplomática con el objetivo de formar a los profesiona- les de los museos y las bibliotecas y a los especialistas en las nuevas ciencias auxiliares de la Historia (Epigra- fía, Numismática, Arqueología); en 1858 el Cuerpo Fa- cultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios (más tarde Arqueólogos); finalmente en 1867 se fundó el Museo Arqueológico Nacional. Lentamente se va afianzando la conciencia de la necesidad de una legis- lación de protección del patrimonio y de control de las excavaciones y la exportación de bienes artísticos y ar- queológicos, una larga historia que culminará a princi- pios del siglo XX con la Ley de Excavaciones y Antigüe- dades de 1911 y su Reglamento de 1912.
Los orígenes de la arqueología moderna : el anticuarismo
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