Page 46 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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las azoteas y se sienten como «el diablo cojuelo de nuestro siglo». Y añade: «Con su dedo extendido sobre las balaustradas de los terrados señalaba las zonas residenciales, los conglomerados proletarios, los barrios pacíficos y virtuosos de la clase media, comerciantes, tenderos y artesanos». Nemesio Cabra Gómez presencia el fusilamiento de unos anarquistas en el castillo de Montjuïc, lo que da pie a una observación de la ciudad desde lo alto, si- milar a la de Miranda y Pajarito: «Frente a sí veía los muelles del puerto, a su derecha se extendía el industrioso Hospitalet, cegado por el humo de las chimeneas; a su izquierda, las Ramblas, el Barrio Chino, el casco antiguo y más arriba, casi a sus espaldas, el Ensanche burgués y señorial».
El mismo interés por el trasfondo social, pero de mucho mayor calado, predomina en La ciudad de los prodigios. En el capítulo VI Onofre Bouvila compra una mansión abandonada. Buena parte del capítulo es destinado a narrar las operaciones de restauración de la misma. Un momento signifi- cativo sucede durante la primera visita a la casa, cuando Bouvila se asoma a una ventana y mira hacia abajo:
Los matorrales y arbustos habían borrado los lindes de la finca: ahora una masa verde se extendía a sus pies hasta el borde de la ciudad. Allí se veían claramente delimitados los pueblos que la ciudad había ido devo- rando; luego venía el Ensanche con sus árboles y avenidas y sus casas sun- tuarias; más abajo, la ciudad vieja, con la que aún, después de tantos años, seguía sintiéndose identificado. Por último vio el mar. A los costados de la ciudad las chimeneas de las zonas industriales humeaban contra el cielo oscuro del atardecer. En las calles iban encendiéndose las farolas al ritmo tranquilo de los faroleros (Mendoza 1986: 307-8).
La escena final de El misterio de la cripta embrujada correspondería a una de las fotos del extrarradio salvaje de Barcelona, el Bronx local. El anónimo detective es devuelto al manicomio en un coche policial y ve pasar acele- radamente por la ventanilla el espectáculo de unas afueras desordenadas: «casas y más casas y bloques de viviendas y baldíos y fábricas apestosas y vallas pintadas con hoces y martillos y siglas que no entendí, y campos mustios y riachuelos de aguas putrefactas y tendidos eléctricos enmaraña- dos y montañas de residuos industriales y barrios de chalés de sospechosa
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