Page 47 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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utilidad y canchas de tenis que se alquilaban por horas, siendo más baratas las de la madrugada, y anuncios de futuras urbanizaciones de ensueño y gasolineras donde vendían pizza y parcelas en venta y restaurantes típicos y un anuncio de Iberia medio roto y pueblos tristes y pinares».
Otra escena notable la leemos en La ciudad de los prodigios cuando el na- rrador nos pretende convencer de que en la ciudad se produjo un episodio importante de la invención cinematógrafo: «Era como una fotografía, pero se movía como lo habría hecho un perro vivo: sacaba la lengua y agitaba las orejas y la cola. Transcurridos unos segundos el perro se puso de perfil a la sala, levantó una de las patas traseras y empezó a orinar. Los presentes corrieron hacia la puerta para no quedar empapados. En la oscuridad total que había vuelto a adueñarse de la sala la estampida acabó en encontrona- zos, coscorrones y caídas. Por fin volvió la luz y esto restableció la calma.» Como aclara el narrador: no confundieron lo que veían en la pantalla con la realidad (...), sino con algo mejor aun: creyeron estar viendo fotografías en movimiento».
Más fotos. En Sin noticias de Gurb leemos la descripción de dos álbumes de fotos: «Recortes de prensa: Gurb en Sa Tuna, Gurb en el palacio de la Zarzuela, Gurb en los Sanfermines. Una polaroid torcida y desenfocada: Gurb con un desconocido en lo que podría ser una calle de Paris. Gurb en- trando en el Danielli; saliendo del Harry’s Bar. Madrina de la promoción de ingenieros de minas. Abrazando a Ives Saint Laurent después del desfile. En una terraza de la Castellana con Mario Conde. Bailando con I. M. Pei and partners. Madrina del buque lanzatorpedos José Maria Pemán. En una te- rraza de la Castellana con los dos Albertos. Entrando en Sotheby’s. De com- pras con Raise en Saks Fifth Avenue: mister Saks y mister Fifth atendiendo a las ilustres clientas: Dear ladies, dear ladies! Madrina del primer (y último) rinoceronte nacido en el zoo de Madrid. En una terraza de la Castellana con los dos Marcelinos. Bailando con Akbar Hashemi Rafsanjani».
Mendoza escribió unas palabras afortunadas acerca de la novela de Josep M. de Sagarra, Vida privada (1932): «pocas novelas producen en el lector una sensación similar de desconcierto: leyéndola no sabemos a qué estamos asistiendo, si al espectáculo de una sociedad demente vista por un testigo
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