Page 58 - Carlos III. Proyección exterior y científica de un reinado ilustrado
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 18. FERNÁN NÚñEZ, 1988, p. 184.
cruel y sangrienta, que duró siete años, sólo resultaron desgracias y empeños, sin ninguna ventaja para las potencias beligerantes, que se restituyeron todas sus con- quistas.”18.
En España, arraigó una francofobia popular que la Corte intentaba de disuadir. Entre otras cosas porque había quedado claro que la América española era vulnerable y todo se podía desmoronar, salvo que se introdujeran reformas. La primera, la naval. La segunda, la militar en general.
Y entre críticas y festejos, en el interim desde la recepción de los documentos, a la confirmación de la firma de la paz, seguían llegando noticias inquietantes y des- moralizadoras, como la de la pérdida de Manila.
Esta fue una de las claves de aquel mundo diplomático y de las relaciones internacionales del siglo XViii: la sobreabundancia de actores. Otra, fracasada, la de la búsqueda del equilibrio frente a la preponderancia, porque al fin y a la postre, a pesar de los esfuerzos de Francia por mantener la Grandeur de tiempos del Rey Sol, la batuta del orden europeo pasó, precisamente a partir de esta guerra, a Gran Bre- taña. En tercer lugar, otra característica de aquella diplomacia y su contrafuerte, el belicismo del siglo XViii, fue la incapacidad de mantener políticas de neutralidad, pues todas las monarquías dinásticas (en proceso de pasar a ser “monarquías del bien público” y después, monarquías nacionales) acabaron interviniendo en guerras (y no “conflictos”) de múltiples bandas. De nuevo, esta de los Siete Años fue el punto de inflexión, el paradigma.
Desde entonces, sin lugar a dudas, España vivió con francofilia (algo forzada, desde luego) y anglofobia y aunque la Paz de París de 1763 diera algún sosiego a tanta turbación, ese equilibrio duró siete años. Después vinieron los inicios de la guerra de Norteamérica, en la que España apoyó con bastantes reticencias a los re- beldes, porque era —naturalmente— contranatura que un monarca diera alas a una revolución popular aunque esta fuera contra un rey enemigo.
También hubo consecuencias “nacionalistas” en Francia. A mediados de siglo, la anglofobia estaba bien extendida. Más a partir de 1760 hubo que ir aceptando la supremacía británica. Se admitía, sí; pero a cambio se robustecía el sentimiento na- cional francés, un sentimiento patriótico. Un nuevo caldo de cultivo se había puesto en ebullición, como demuestran los estudios de Edmond Dziembowski19.
Al empezar la Guerra, Francia era el poder más poderoso de Europa. Lo era, por sus fuerzas interiores, como por la grandeza de sus ejércitos y —en menor medi- da— sus armadas. Hacia 1757 nadie dudaba del triunfo francés en la guerra.
Sin embargo, el curso de los acontecimientos había variado substancialmente antes de 1760: en manos británicas estaban ya Fort Duquesne y Fort Niagara, con lo que a los franceses se les colapsaba cualquier intromisión hacia el interior occidental de América. Asimismo, Quebec y Montreal habían cambiado de manos. Parecía como
19. En especial, aunque no solo, DZiEMBOWSKi, Edmond. Un nouveau patriotisme français, 1750-1770. La France face à la puissance anglaise à l’époque de la guerre de Sept Ans. Oxford: Voltair Foundation, 1998.
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