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Hasta entonces había que aprender a tocar un instrumento y estudiar una carrera de ingeniero de sonido para manejar las complicadas máqui- nas de un estudio analógico.
Todos estos avances nos han traído una explo- sión de creatividad, ya que ponen al alcance de cualquiera la posibilidad de expresarse sin ne- cesidad de pasar por las famosas diez mil horas de práctica que se decía se necesitaban para alcanzar la excelencia. Las nuevas herramientas de IA de composición son la guinda del pastel y ya no hace falta tener el talento o el oficio para componer música y escribir una letra. La demo- cratización absoluta del proceso de creación nos permite disfrutar del arte de cientos de miles
de seres humanos que antes no habrían podido tener la oportunidad de expresarse. Se decía que el punk era el nacimiento del «hazlo tú mismo», pero eso no es nada comparado con lo que se nos viene, «no hagas nada, que la IA ya lo hace por ti».
Las nuevas herramientas de IA de composición son la guinda del pastel y ya
no hace falta tener el talento o el oficio para componer música y escribir una letra.
Esto es maravilloso para esos artistas emergen- tes y, sobre todo, como todo avance tecnológico en la música, para el consumidor, que ve como la oferta de música ha crecido a un ritmo vertigi- noso año tras año.
Luego llegó internet y el streaming y eso nos ha dado la capacidad de acceder a toda esa oferta donde y cuando queramos y a los artistas la posibilidad de hacer llegar su música a todo el mundo quitándose de un plumazo a una cadena de intermediarios que obligaban a pagar un peaje de entrada al mercado. A esto hay que sumar las redes sociales como nuevo vehículo de promo- ción, eliminando otros intermediarios que eran los medios de comunicación en general.
Como consumidor no se puede pedir más..., bueno, igual sí, el desarrollo definitivo del
streaming de conciertos y poder elegir desde mi salón qué concierto voy a disfrutar hoy con un sonido y una imagen HD. Vale, no es lo mismo vivirlo en carne y hueso, pero es que muchos
de esos artistas no pasan por mi ciudad y de los que pasan el 90 % agotan las entradas en diez minutos, aparte de que no me puedo gastar una media de 50 euros por cada concierto que me guste, sería una ruina.
Pero como en todo avance tecnológico siempre hay algún sacrificado, hay oficios, empresas
y profesiones que desaparecen como vemos desaparecer en una muerte lenta y dolorosa el correo postal, los periódicos en papel, la radio, la televisión y tantas cosas más.
En el caso de la música ya hemos estado viendo a través de las décadas como el sintetizador sus- tituía a los vientos y las cuerdas de una orquesta, la caja de ritmos a las baterías y el software de edición y sus instrumentos virtuales a los músi- cos. El autotune logra que todos cantemos bien y ya solo faltaba la IA para que no necesitemos
ni compositores ni productores. La precariedad en la profesión es evidente y cada vez irá a
más. Guillermo McGill, secretario de Unión de Músicos, puso sobre la mesa las cifras de esta alarmante precariedad: solo la mitad de los músicos superan en sus ingresos anuales brutos los 14 000 euros, el salario mínimo interprofesio- nal, gracias a que reciben ingresos tanto dentro como fuera de la música, pero de la retribución de su trabajo como músicos, el 69 % ingresa me- nos de 7000 euros anuales y solo el 10 % supera los 14 000. No son cifras que motiven mucho a un chaval que esté pensando en dedicarse a esto.
Con la digitalización y el streaming el consumidor también es el gran beneficiado, pero ha supuesto un desplome de los ingresos y por tanto del nú- mero de puestos de trabajo en las discográficas; hasta las propias plataformas de streaming han sufrido un recorte significativo en sus plantillas.
Pero pasada ya más de una década desde que el streaming es la forma en que una mayoría
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